Curioso es el primer miedo que recuerda el escritor Manuel Rivas. De él, habla en su nuevo libro, As voces baixas -Las voces bajas- (Edicións Xerais) y arranca en la infancia con la forma de dos monstruos que recuerdan a los Reyes Católicos. La verdad de esas 'bestias' hay que procurarla en su nueva novela, con alma de biografía. Son 207 páginas de confesiones, de secretos que se pueden adivinar en los espacios en blanco entre otras revelaciones como la emigración de su padre a Venezuela, la devoción de su madre por los libros, el amor platónico de un instituto entero por la poeta Luz Pozo, la amenaza 'azul' que casi le cuesta la vida a su abuelo republicano Manuel, la "aventura temeraria" de estudiar o la "alegría" de sentarse ante la máquina de escribir. Es este un libro de confidencias cuyas líneas desgrana en esta entrevista, concedida en gallego.

- "As voces baixas" relata parte de su vida recordando la historia colectiva de Galicia.

-Sí, es una historia familiar, individual y colectiva situada en un tiempo que no es presente ni pasado sino presente recordado. Aunque soy casi un viejo, cuando la escribí, tenía la sensación de ser un niño que descubre la vida y a los otros. Tengo la sensación de que es el primer y último libro. Tiene una parte de cántico de la vida, comenzando por cosas humildes y sinceras; también tiene una parte de viaje al lado doloroso de la vida. Está hecho con el hilo de la ironía y el hilo de la lástima.

-El libro relata cómo fue periodista a raíz de unos poemas.

-Hay muchos periodistas que acaban haciendo poemas como liberación. Cuando tengo que escribir un titular, pienso en un poema. Hay sortilegios de los que no sabes la clave y ves que se abre un mundo para ti. Me marcó ese detalle tan emotivo por parte de El Ideal Gallego de abrir la puerta a un chico que llevaba poemas. Al final, la poesía vale para algo.

-Confiesa que siempre quiso ser escritor. Es afortunado.

-No tengo queja. También lo vives como una extraña obligación. El impulso de escribir no desaparece nunca, tiene que ver con la pulsión del deseo, como si fuese una energía alternativa. Pero también quería ser escritor, como se dice en el libro, porque mi madre que había aconsejado que buscase un trabajo donde no me mojase. Había un punto de ironía en eso porque como escritor es donde más te mojas. No hay posibilidad de escribir literatura que no sea comprometida, incluso en las revistas del corazón.

-¿Realmente, tiene en mente contar la "historia enterrada del periodismo", de repartidores, linotipistas...?

-En el periódico, me sorprendió el mundo de los talleres; los linotipistas con máquinas que parecían del Paleolítico al mismo tiempo que futuristas, transformando palabras en plomo. La 'magdalena de Proust' sería para mí el olor a plomo y leche. (Como el plomo era tóxico, bebían leche para reducir la toxicidad). Otra 'magdalena de Proust' son los erizos de mar. Tengo la visión, un día, de la llegada de una pescantina trayendo algo que no había visto nunca, los erizos.

-Usted se identifica con ellos.

- Sí, bastante. Me identifico mucho con ellos porque me abro aunque tengo una parte de secreto. Tiene que ver con la cámara estenopeica, con ese lado de luz y sombra.

-El libro señala cómo todos decían que iba a desaparecer la prensa local; excepto Cunqueiro que siendo director de FARO DE VIGO señalaba lo contrario.

-Recordé esas palabras de Cunqueiro adrede por la historia que vivimos ahora, de sensación de apocalipsis total en el periodismo, un clima de derrota, de que se acaba el mundo. Esas palabras de Cunqueiro asegurando que el FARO no se hundiría nunca es la misma actitud positiva que deberíamos tener ahora. Es verdad que hay gente que no ama el periodismo. El periodismo es muy cabrón pero puede tener nuevas vidas; tiene que ser el género de los porqués no la prolongación de lo que dicen los políticos. La información es más necesaria que nunca.

- Todo es silencio, su anterior novela, está a punto de llegar a los cines, ¿la ha visto?

-Tuve la oportunidad de verla en la fase final del montaje. Por mucho que tengas que ver con una película, si no te gusta, no te gusta. En esta, salí dando saltos y dando un abrazo a Cuerda (el director). Hizo una Lingua das bolboretas en clave de novela negra.

-El lunes acudió al juicio del Prestige.

-Sí, había que estar allí. La catástrofe fue una metáfora de la globalización delictiva. Esta era la gran oportunidad de que el juez fuese ejemplar. Ya que somos referencia mundial por la debacle y por la solidaridad que hubo, faltaba sacar una consecuencia positiva del desastre, tener un juicio ejemplar. Pero es como una caricatura porque las verdaderas figuras responsables de la nefasta gestión no están en el juicio.