Cuca Escribano, la actriz española que interpreta uno de los cuatro papeles sobre los que pivota la película "Afinidades", asegura que, después de dos meses de rodaje en Cuba, no ha entendido nada del país. "Yo llevo cuarenta años y tampoco lo entiendo", apostilla Vladimir Cruz, que dio hace años sus primeros pasos en la dirección en Valencia, al lado de Rafa Montesinos. "Afinidades" es su primer largometraje, opresivo a veces, de factura lenta, con carne – "es casi imposible entender Cuba desvinculada del sexo"– y alrededor de la pérdida de valores individuales. "Jorge (Perugorría) y yo somos de la última generación cubana que respetó ciertos valores".

–Cree, como afirma uno de los personajes de su obra "Afinidades", ¿la libertad está sobrevalorada?

–Es difícil de explicar. Hay todo un mito acerca de ella. Si no tienes trabajo ni dinero, ¿qué libertad hay?, ¿adónde puedes ir? Yo creo que la libertad total no existe, está dentro de unos límites que uno se impone. El concepto como se maneja actualmente viene de los años sesenta, pero en el mundo actual lo que la gente quiere es seguridad y, dentro de esos límites marcados, un pedacito de libertad. Toda es demasiado.

–¿Cuba es una zona volcánica a punto de entrar en erupción, como también se insinúa en la película?

–Puede ser. La sociedad cubana está abocada a cambios y la gente de buena fe queremos que esos cambios sean graduales y sin violencia, pero la situación económica ha llegado a extremos que a veces ha estado a punto de provocar una erupción.

–¿La película es una demostración de que se puede criticar al régimen cubano desde dentro?

–Siempre que se hace una película cubana que se refiere a la realidad política de alguna manera, empezando por "Fresa y chocolate", hay una doble lectura: si el gobierno la tolera para demostrar que permite la crítica. Esta película no creo que haga una crítica frontal, aunque sí que hace reflexiones, como esa frase de Wiston Churchill de que el que a los 40 sigue siendo revolucionario es que no tiene cabeza. Supone preguntarnos si tiene sentido seguir siendo revolucionarios.

–¿Qué responde usted? ¿Es sostenible el socialismo en el siglo XXI?

–Sí. Lo que pasa es que el mundo ha cambiado muchísimo. La revolución cubana, que fue un proceso maravilloso en los años sesenta respondía a otro momento. Una revolución ha de cambiar para seguir siéndolo, porque cuando una revolución se institucionaliza deja de ser revolución. Querer cambiar hoy las cosas es ser revolucionario, pero los revolucionarios de antes no quieren cambiar las cosas porque quieren que sean como ellos las diseñaron y dejan poco margen.

–¿Está harto de que le pregunten sobre política cubana?

–Aprovecho para reflexionar yo mismo, porque tampoco la realidad cubana es tan simple. A veces la gente piensa que por ser de Cuba has de ser especialista en economía o política y si dices que no sabes o no entiendes te acusan de ser oficialista y actuar coaccionado por el régimen. Es una posición muy incómoda a veces.

–¿Qué le queda de la frescura de "Fresa y chocolate"? ¿Decepcionado porque no han cambiado tantas cosas?

–Como el personaje de la película, estoy en la crisis de los 40, haciendo balance de qué he logrado en la vida y a qué sueños he renunciado. La sociedad cubana ha cambiado con respecto a aquel momento, no tanto como hubiéramos querido, aunque tampoco ha estado claro hacia donde queremos cambiar. Hay cosas que debían haberlo hecho mucho antes. Quizá logramos aportar un punto de vista diferente sobre la tolerancia. Por suerte al menos hemos podido trabajar, aunque casi la mitad de la carrera fuera, porque la profesión allí es precaria.