Hay algunos motivos para elogiar que demuestran que el recién llegado director escocés Colin McCarthy tiene visos de prometedor cineasta y puede llegar lejos en su proceso de creatividad. Esta es solo su segunda película, ya que debutó en la realización en 2010 con ´Outcast´, y salen a la luz aspectos reveladores de su loable hacer y de sus cualidades narrativas. Tanto es así que recibió el beneplácito de la crítica en el Festival de Cataluña-Sitges, conquistando el galardón a la mejor actriz (Sennia Nanua), el de mejor productor del año de los British Independent Fim Awards y la nominación al BAFTA al mejor debutante escritor, director o productor británico.

Aunque transita por el muy explotado mundo de los zombies o muertos vivientes en un futuro cercano, no vive exclusivamente de las rentas y aporta algunos elementos interesantes. Con la recreación de un mundo en el que los seres humanos están en vías de extinción, aunque lejos del consabido planeta calcinado y sumido en una eterna y densa niebla gris, lo que vemos es el principio del fin del hombre, víctima de una enfermedad que ha sentado las bases de una terrible devastación. Los síntomas de los afectados remiten a una dolencia micótica que les priva de la capacidad de ser libre y de seguir los dictados de su voluntad, junto al hecho de practicar un canibalismo que les hace adictos a la carne humana.

Un paisaje casi apocalíptico que solo puede curarse mediante el recurso de un grupo de niños híbrido, los únicos que mantiene la posibilidad de sentir y pensar. Están internados en algo parecido a una base militar en Gran Bretaña y sometidos a los experimentos crueles de la doctora Caldwell, que pertenece a la nómina del ejército, y su equipo y que están especialmente obsesionados por la figura de una niña, Melanie, que es un portento de inteligencia pero que está demasiado controlada a sabiendas del peligro que representa. Lástima que esta trama, solo parcialmente inédita, no haya sido tratada más en profundidad.