Una de esas películas que hay que recomendar fervientemente porque además de enormes virtudes, ratificadas en infinidad de premios en numerosos festivales y su presencia significativa en la sección oficial del Festival de Cannes, algo inusitado en un producto brasileño, corre el riesgo de pasar inadvertida por falta de nombres conocidos en el cuadro técnico y en el artístico.

Segundo largometraje del director nacido en Recife Kebler Mendonça Filho, que solo había dirigido una película de ficción, 'Neighboring sounds' en 2012, sus cualidades brillan en todo los niveles, tanto en una realización espléndida como en un casting excelente en el que resalta con luz propia una Sonia Braga que ratifica una vez más su condición de icono del cine latinoamericano. Cita obligada, por ello, para el aficionado, sus 146 minutos de metraje se convierten, aquí sí, en un espectáculo soberbio que conecta al público con un personaje, el de la Doña Clara del título español, con un edificio, el Aquarius del original, que curiosamente 'nacieron' el mismo año, 65 años atrás, y que han sido testigos de los grandes cambios, a caballo del turismo.

Clara es una ex comentarista de música que vive sola en un edificio de apartamentos junto a la playa que es la única propietaria que se ha negado a aceptar la tentadora oferta de la constructora que ha comprado Aquarius para dejar la vivienda. Una decisión que la convierte en persona non grata, pero que no es para ella negociable.

Dividida en tres partes, El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara, la cinta está contemplada a través de los ojos de esta mujer cuyo pasado se esboza en breves vueltas atrás que nos acercan a su vida íntima, marcada por el amor con un hombre que la dejó hace 17 años, por sus hijos y por una denodada lucha contra el cáncer. Ya en el presente, se abre una brecha fundamental y es la lucha abierta de 'guerra fría' contra quienes están empeñados a vencer su resistencia con los métodos más abyectos.