Es dura, implacable y se ensaña de modo especial con los profesionales del cine que se mueven en los escenarios de Hollywood, sacando a la luz la vulgaridad que define sus vidas, la obsesión sexual que lastra sus conversaciones y los intereses creados que privan entre todos ellos a la hora de mover ficha en cualquier proyecto de rodaje.

Un universo que ya se hizo público en la serie ‘El séquito’, que logró un éxito considerable durante su emisión y que ahora llega a la pantalla grande de la mano de su creador, Doug Ellin, que asume aquí las tareas de director y guionista después de haber firmado tan sólo cuatro películas muy modestas.

La intención ahora era forjar una saga de largometrajes que permitiera profundizar en la historia de la serie que mantuviera su fidelidad al original conservando a los mismos protagonistas. Aunque abusa de una tendencia evidente a la simplificación, hasta el punto de que casi el único motivo de conversación es el sexo en su vertiente más machista, hay en el análisis de los personajes consideraciones a tener en cuenta, divertidas por un lado y elocuentes por otro.

Es un protagonismo coral que se vale de una situación típica y habitual, la convocatoria para la proyección previa al estreno de una película con muchas expectativas, para entrar en detalles sobre el comportamiento y la ética de los profesionales del séptimo arte. El problema es que el director necesita, pese a contar con un presupuesto muy elevado, una nueva inyección de capital y el jefe de los estudios no parece dispuesto a complacerle.

No para ahí la cosa, como es lógico en un ambiente en el que las envidias son moneda frecuente de pago y hay quien parece empeñado en imponer su voluntad al precio que sea. Con el caso extremo de un Travis casi adolescente que exige que se elimine todo un personaje de la película, incorporado por el hermano del director, si se quiere evitar un desastre que solo él contempla. Ejemplos de una voracidad sin límites tan propios del canibalismo que impera en el marco de Los Ángeles.