Siguiendo con su línea de cine políticamente incorrecto, el sueco Ruben Östlund aborda, en esta ocasión, las relaciones de pareja. En esta película de tesis, unas paradisíacas vacaciones familiares en los Alpes se convierten en la excusa perfecta para viviseccionar la manera de relacionarse de esa alta burguesía a la que los afortunados pertenecen y los soñadores (tampoco nos engañemos) aspiramos. Es, pues, una radiografía salvaje de la sociedad occidental. Todo parece maravilloso, pero todo está podrido.

Sucede, además, que Force Majeure produce efectos contrarios dependiendo del sexo del espectador, por lo que su visión despierta animados debates acerca de su significado a la salida del cine. Aquí va mi opinión: como si de un cruce imposible entre el cerebral Bergman y el pasión al Ferreri se tratara, Östlund retrata la masculinidad en crisis de una manera desoladora: el macho alfa es un cobarde y una marioneta en manos de unas mujeres que lo chantajean emocionalmente a su gusto, ya sea por su condición de padre, ya sea por su condición de cuarentón.

En el universo de Östlund, como ya demostrara en Play (2011), no existe lugar para la compasión: el ser humano es irremediablemente patético. El estatismo de sus planos, con la repetición, por ejemplo, del cepillado en pareja de dientes, estalla cada poco con esperpénticos gags cómicos que descolocan e inquietan al espectador.

A estas alturas, a buen seguro que estará entre lo mejor de 2015. Verla debería ser una obligación.