Describe la historia real, aunque con evidentes licencias, de un hombre que pasó de la nada al todo, de ser un tipo fracasado y sin futuro a un magnate de las finanzas gracias a una suerte que le había sido esquiva y que le regaló encontrar un auténtico filón del precioso metal, algo sin precedentes en los últimos años, en la selva inexplorada de Borneo, en Indonesia.

Un tema en principio llamativo y con posibilidades que ha sido solo aprovechado en parte, con una descripción que arroja luz sobre algunos de los personajes pero sin aportar las claves fundamentales al respecto. La brillante labor de Matthew McConaughey, con un esfuerzo físico de transformación más que loable, ya que tuvo que aumentar 20 kilos de peso con una dieta de comida rápida y cerveza y batidos, es digna de destacarse.

La trayectoria profesional y humana de Kenny Wells es, en efecto, digna de una novela de aventuras. Lo vemos al comienzo de la película, en los años setenta, en un estado casi deplorable, pero con la misma fe de siempre, convencido de que lograría su objetivo de hallar la mítica mina saturada de oro que le convertiría en un hombre inmensamente rico. Lo increíble es que sus sueños se convertirían en realidad, en gran medida gracias a que encontró a un geólogo, Michael Acosta, con el que formaría un gran tándem, que era el mayor experto en materia de minas de aquellos años.

Y en el plano personal e íntimo, su relación con una mujer que estuvo siempre a su lado, Kay, también la ayudó a estabilizarse. Con una dirección que no agota ni el tema ni los personajes de un Stephen Gaghan con opciones más destacadas se abre paso un producto irregular que demuestra sus virtudes y sus carencias.

Lo significativo es que el realizador firma solo su tercera película en 15 años, tras 'La desaparición de Embry' en 2002 y 'Syriana' en 2005, a pesar de que la segunda tuvo una buena acogida de la crítica y ganó el Oscar al mejor actor para George Clooney.