Está demasiado apañada, con soluciones finales que resultan claramente forzadas en aras a buscar el lado feliz de todos los problemas, pero aun así no es una película mediocre y hasta hay que reconocerle algunos méritos tratándose de la opera prima del director Alex Pina.

En su labor se advierte una innegable fluidez y un control de las situaciones, algo que merece resaltarse teniendo en cuenta que se pasa del drama a la comedia con una facilidad considerable. De hecho, la cinta podría definirse como una comedia dramática o una tragicomedia, un producto coral, asimismo, que mueve numerosos personajes que, eso sí, son víctimas de la misma enfermedad, el fracaso de sus respectivas vidas amorosas y la posibilidad, llovida del cielo, de tener ante sí una segunda oportunidad. Todo ello, por supuesto, como decorado del argumento central, el terrorismo y las consecuencias que para un terrorista conlleva tener que vivir unos días con las personas que van a ser sus víctimas.

En el reparto hay que destacar, sobre todo, la labor de un Álex García que se ve obligado a hablar en español con supuesto acento ruso, sin desmerecer demasiado. A su lado, destacan también Verónica Echegui, que vive un romance ciertamente exagerado con el terrorista; el argentino Eduardo Blanco, que corre con el cometido más divertido, y una Carmen Machi que es algo mayor de lo que pide su personaje.

El argumento de Iván Escobar, adaptado por él mismo y por el realizador, no esquiva los tópicos, aunque impide que la cinta se venga abajo a base de reiterar situaciones intensas y de evidente tensión. Lo que pretendía el director es abrir un camino en el espíritu del espectador a golpe de sonrisas, describiendo la película como un canto a la reconstrucción de vidas dañadas gracias al amor, a la amistad, a la solidaridad y al optimismo. Sin perder casi nunca el control de las imágenes, la cosa se contempla con un mínimo de alicientes.