No ha tenido suerte en su casi inadvertido estreno y apenas ha reclamado la atención, pero hay que reconocer que no estamos ante una película mediocre o despreciable. Es, ciertamente, una ópera prima con defectos, pero también con virtudes que revela en su director Julio Martí Zahonero, que es también responsable único del guión, conocimientos evidentes del cine de terror y de los recursos narrativos del género fantástico.

Su mayor acierto, sin duda, es que crea una situación progresiva de inquietud y de miedo sin necesidad de valerse del gore, es decir de la sangre y de la recreación exagerada y grotesca de la violencia criminal. De este modo y a pesar de ligeros altibajos y de situaciones que resultan algo reiterativas, especialmente los largos paseos de la protagonista con su linterna por las estancias del siniestro monasterio, siempre se vuelve a retomar el relato con un mínimo de interés y curiosidad.

Se rodó en parte en Ciudad de La Luz y ha llegado a las pantallas con más de dos años de demora. Uno de los baluartes de la cinta para que no se venga abajo es la labor de una Lydia Bosch de Sara, demostrando cualidades como actriz que no justifican, desde luego, que no haya hecho cine desde que en 2000 interpretó para José Luis Garci ´You're the one´.

Presente en todos los planos, su labor exige unos niveles extremos de tensión dramática que corrían el riesgo de desbordarse. En este sentido, el director ha sacado el mejor partido. Ella es una escritora, Sara, que se extravía con su coche en un bosque alejado de la civilización, en un punto de partida ciertamente tópico, cuando se dirige a una cita con su asesora. Tanto es así que acaba sufriendo un grave accidente del que es rescatada por los monjes de un monasterio del entorno, que la trasladan a sus dependencias para curar sus heridas. Sara no tiene más remedio que quedarse con los monjes unos días, hasta que acuda en su visita semanal el cartero que les lleva el correo.