La revolución es un movimiento soterrado, nos han enseñado cintas de ciencia ficción tan dispares como La jetée (Chris Marker, 1962) o Matrix (Andy y Lana Wachowski, 1999), y como toda retaguardia en la sombra, está necesitada de luz.

En Los Juegos del hambre: Sinsajo - Parte 1, la persona que ha de iluminar al pueblo resistente a la dictadura del presidente Snow (Donald Sutherland) como si fuera una heroína delacroixiana es, saben los seguidores de la saga, la joven Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), quien, tras destrozar en el anterior filme la cúpula que envolvía el espectáculo, ha descubierto, muy a su pesar, que al otro lado del simulacro no hay libertad, sino sufrimiento.

Casi resulta un lugar común hablar de ciertas entregas de una saga cinematográfica juvenil como más oscuras y profundas, pero en su camino hacia el desenlace final Sinsajo 1 transmite esa hondura que sucede a la resaca de una batalla perdida. A Francis Lawrence, el director, ya no le preocupa definir escenarios, personajes y estructuras, sino mostrar el artificio del espectáculo y sus costes, enseñar el poder y el contrapoder de la propaganda en un mundo abocado a la guerra.

Y, así, el survival de las otras películas se transforma ahora en un juego psicológico entre Katniss y el presidente Snow, en un tira y afloja de extraño ritmo, de muchos tiempos muertos y de consecuencias letales, que otorga al trabajo un resultado inusitado. Es lo más parecido a una tenue depresión, como si eso fuera posible.