Es un experimento más que curioso y a la vez enormemente divertido con formato de documental que se adentra en el interior de un castillo medieval para ser testigo de las vivencias de una familia, los Salmerón, que como consecuencia de la crisis económica se ven obligados a dejar este lugar privilegiado en el que han vivido 14 años.

La labor del director, que además debuta en el largometraje, no ha sido otra que la de plasmar con la cámara, una digital manual, lo que sucedía ante él valiéndose de un personaje clave y encantador, la madre, una Julita de 81 años que tiene una especial facilidad para la oratoria.

Los resultados son espectaculares, sobre todo porque Julita, discutiendo o no con su marido sordo Antonio, sabe ganarse al público con su discurso, fruto sin duda de su dedicación a la enseñanza, que aborda las cuestiones más diversas de la vida y de la muerte, con singular y eficaz sentido del humor.

Lo más sorprendente es la eficaz labor como director de un actor como Gustavo Salmerón, que demuestra con su ópera prima que tiene facultades de sobra para situarse detrás de la cámara. Por eso, sin duda, ganó el Goya en 2001 con el único corto que ha realizado, 'Desaliñada'. Lo que no se entiende es por qué ha estado tanto tiempo entregado exclusivamente a la interpretación. Con el panorama que se le abre ahora, tras conquistar el Gran Premio del Jurado en el Festival de Karlovy Vary, todo indica que no renunciará a la dirección.

En los 14 años que abarca la historia, que ha obligado a utilizar cámaras de video diferentes y cambiar de formato, pasan cosas en apariencia rutinarias pero tocadas por un halo de espontaneidad y de humor más que eficaces, abriéndose en el argumento varios frentes más que sugestivos. Así el afán cumplido de Julita por conseguir sus tres mayores deseos, como dice el título muchos hijos —en concreto seis-, un mono y un castillo. Lo conseguirá, aunque los dos últimos con un fondo de frustración. Y es que el castillo fue fruto de una jugada de infinita suerte que se hubo de abandonar cuando era imposible asumir la hipoteca. Una circunstancia, por cierto, que da pie con la mudanza al traslado a un garaje de un aluvión de pertenencias insólitas.