Desde los años veinte del pasado siglo, no son pocas las ocasiones en las que el pasaje bíblico del arca de Noé, un amago de primer apocalipsis divino, ha sido trasladado al cine. Sin embargo, y como ha observado Darren Aronofski, aún no se había sacado el máximo partido épico de un relato que había contado, antes que con Russell Crowe, con otros populares rostros protagónicos, como el mismísimo John Huston en su propia adaptación de La Biblia, John Voight u Omero Antonutti.

Cualquiera de ellas podría considerarse sobria al lado de la artillería material y tecnológica que despliega el realizador de Brooklyn en su sexto largometraje. La resultante es una película bastante descompensada (como suele ocurrirle), cargada de secuencias espectaculares. El director de Pi, fe en el caos parece perseguir un híbrido entre el Malick cósmico y trascendente de El árbol de la vida y el despliegue fantástico- mágico de sagas como El señor de los anillos. Pero, en el camino, no logra mantener el pulso ni mostrar un carisma propio.

Las ínfulas de narrador total le pueden, y en lo formal toma decisiones poco estimulantes, subrayadas (la serpiente, la manzana) y muy artificiosas (desde los recurrentes time-lapsea los aparatosos gigantes de piedra). Los momentos más auténticos de Noé, que no cuenta con un gran retrato de personajes, coinciden con los tramos donde quedan al descubierto las debilidades y los tormentos del protagonista. El diluvio, el arca a la deriva, los gritos de la humanidad, la oscuridad dentro y fuera...

Después de todo, y quizá, Aronofsky no esté más que volviendo una vez más sobre el sufrido recorrido de un (anti) héroe (como en Cisne negro, como en The Wrestler) que, para alcanzar un designio de perfección, ha de estar dispuesto a sacrificarlo todo. La diferencia es que aquí el demiurgo (o la voluntad) concede una segunda oportunidad.