Solo alguien que ha vivido años en este ambiente y que conoce afondo los entresijos del entorno rural y de la relación del hombre con los animales puede reflejar con semejante autenticidad un escenario tan peculiar, el de un valle de Islandia desolado y casi inhabitado y, sobre todo, definir unos personajes tan reales que da la impresión de que han sido arrebatados de su medio natural habitual. Espléndida sorpresa y espléndida película, que no en balde fue la vencedora de la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes y se hizo con la Espiga de Oro en el de la SEMINCI de Valladolid.

Este segundo largometraje, primero que llega a España, del director y guionista islandés Grimur Hakonarson, tras Sumarlandiaen 2010, desprende tal credibilidad que uno acaba por entrar de lleno en su dinámica dramática. Aunque no formaron parte del palmarés, los dos protagonistas efectúan un trabajo soberbio que está muy por encima de los niveles que a que el cine de consumo nos tiene acostumbrados. Soportando el peso de la trama, los hermanos Gummi y Kiddi viven en casas muy cercanas pero están la friolera de 40 años sin hablarse. Es éste, el de los problemas familiares, un asunto marcado por litigios de herencias o de propiedades de la tierra que el director, que vivió hasta los 17 años inmerso en un marco rural parecido, conoce a la perfección y que, gracias a ello, ha vertido con toda su realidad en los fotogramas.

Con esta realidad tan demoledora y con la soledad en que se mueven permanentemente, no debe resultar extraño que Gummi y Kiddi se vuelquen sobre sus animales, unos carneros a los que tienen un profundo cariño. Solteros y sin apenas vecinos, han trasvasado su afecto y sus preocupaciones a unos animales con los que pasan la práctica totalidad del día. Con un cuadro como éste un muy desafortunado hecho, la muerte de uno de los carneros de Kiddi, solo contribuye a incrementar el malestar acumulado entre ambos.