Está bastante lejos de cubrir las expectativas que había despertado, no sólo por la presencia de una pareja, Cameron Díaz y Jason Segel, que había revelado su eficacia en la cinta anterior, Bad teacher, también por la confianza que se tenía en la dirección de un Jake Kasdan, hijo del veterano e ilustre cineasta Lawrence Kasdan, que sin haber firmado nada realmente importante sí auguraba en sus tres largometrajes previos virtudes a tener en cuenta.

Lamentablemente, los resultados distan bastante de ser los esperados y así esta comedia romántica, que se adentra en terrenos poco explotados en la pantalla, entre ellos la colisión entre sexo y tecnología, se viene paulatinamente abajo a partir de una primera media hora más que aceptable. De este modo, se hace patente que la cinta evoluciona de más a menos y lo que auguraba diversión y desparpajo se convierte en algo soso y solo esporádicamente brillante.

Lo que les sucede a Jay y Annie, un matrimonio que lleva diez años casado, es patrimonio de infinidad de parejas, aquellas que tienen tantos frentes abiertos en su actividad diaria, especialmente las derivadas de sus dos hijos, que no tienen tiempo para el sexo. Algo que se hace elocuente cuando contemplamos algunos momentos de su convivencia antes de ser padres, en los que demostraban una capacidad para el amor sin prejuicios y en sus múltiples variantes ciertamente notable.

Pero eso quedó ya atrás y las nuevas necesidades que conlleva la paternidad parecen irreconciliables con disfrutar del amor en su dimensión carnal. En estas circunstancias y con el fin de solucionar una situación tan poco gratificante, es Annnie la que aporta una idea, destinada a incrementar la estimulación y el deseo, que Jay aprueba con entusiasmo. Han acordado filmar con un iPad toda una larga sesión de tres horas de sexo de ellos mismos, un recurso que ha probado su eficacia en