Un ejercicio de creatividad permanente que reitera la categoría de uno de los cineastas más singulares e imaginativos del cine actual, el sueco Ruben Ostlund, responsable también del guión. Esta es su quinta película de ficción y la segunda solo que se estrena en España, donde vimos la no menos excelente 'Fuerza mayor' en 2014, y es un profundo y soberbio análisis de una sociedad actual inmersa en sus contradicciones y en unos planteamientos tan bienintencionados como a la postre reveladores.

Son nada menos que 142 minutos en los que nos convierte en espectadores de un experimento peculiar, el de las Square, unos santuarios humanitarios ubicados en el centro de cada ciudad, en las plazas, que conllevan la instalación de un cuadrado físico en el que debe prevalecer la igualdad de derechos y obligaciones.

Lo cierto, sin embargo, es que una cosa es, como suele decirse, la teoría y otra la práctica y esa circunstancia se deja sentir con toda su crudeza en el caso de Christian, un joven y seductor director artístico que participa como responsable esencial en la campaña de promoción de un museo. Su fragilidad ética e ideológica se pone de relieve en la excelente secuencia inicial en la que cae de lleno en el cebo que le preparan unos rateros que le roban, en una operación impecable, su cartera, el móvil y hasta los gemelos sin que se percate de ello. Y en ese trance lo que sí se hace patente es una reacción suya que no es coherente con sus principios.

En este sentido la cinta no tiene desperdicio y buena prueba de ello es el test que se les hace a los visitantes del museo y en el que deben elegir entre dos puertas: la izquierda, que supone que confían en la gente y la derecha, que no confían. La mayoría se decidió por la primera opción, a pesar de lo cual se mostraron reticentes cuando se les pidió que dejaran sus móviles y carteras en el suelo durante la exhibición. Una contradicción, en suma, que subraya lo complicado de respetar los postulados personales cuando se cruzan los factores económicos. Ruben Ostlund arroja luz no sólo en el plano de la colectividad, como salta a la vista, sino que lo hace también en el personal, valiéndose de un retrato impecable.