El reparto de Belleza oculta (y tan oculta: no aparece por ningún lado) parece la carta de reyes magos de cualquier director. Un grupo de buenos actores presididos por una estrella un tanto apagada (Will Smith) que busca desesperadamente un Oscar. No pudo ser con "La verdad duele", uno de esos productos inservibles que parecen diseñados en un laboratorio de Hollywood para que un actor se lleve la estatuilla y no ocurrirá con este dramón de endebles costuras y factura simplona que desemboca en uno de los finales más sonrojantes del año. Smith se pasa la mayor parte de la película con cara adusta porque se supone que está aniquilado por el dolor de una pérdida insoportable (sin matices de ningún tipo) y cuando llega el momento del desahogo, su interpretación es tan poco creíble que consigue justo lo contrario de lo que pretende.

Consecuencia: la película salva los muebles a duras penas cuando en la pantalla aparece profesionales solventes (aunque uno se pregunta qué vieron Norton, Winslet, Mirren o Peña en el guión para decir que sí, aparte del cheque) y se viene abajo cuando el peso de la función recae en Smith. Con un leve parecido con el clásico de Frank Capra El secreto de vivir, en la que gente sin escrúpulos intentaba demostrar que Gary Cooper estaba como una cabra para quitarle sus derechos, Belleza oculta solo funciona en momentos puntuales (las amargas conversaciones entre Norton y su hija, el reencuentro sentimental de Peña en estado terminal...), cuando las subtramas aplazan la invasión de excesos lacrimógenos, que, cuando llegan, arrasan con todo por la tosquedad del acabado y las salpicaduras de sus pretensiones de realismo mágico.