Que la vida da sorpresas lo sabe hasta el más pintado. Ya se encargó el bueno de Rubén Blades en hacer aquél himno llamado "Pedro Navajas" para recordárnoslo. Por ello, cuando durante este verano estamos buscando una colección de vinos que podamos incorporarlos a nuestros hábitos de bebedores de vino, al encontrar un vino con las características de calidad, precio y reconocimiento como si se tratara de un ejemplo de esos que llamamos de libro, la alegría es amplia.

Muchas veces nos cuesta mirar nuestra cercanía y reconocer que los trabajos que se hacen cumplen las más altas búsquedas de calidad. Parece que tiene que venir alguien de fuera, sin la pesadez de la cercanía, y liberarnos de los prejuicios para reconocer que en lo cercano, en lo patrio, también está lo excelso.

LÓPEZ CRISTÓBAL ROBLE 2011 es un buen ejemplo de esto que hoy comento. No solo ante su cata uno siente que se encuentra ante un vino que hay que prestarle una atención especial. Al dejarlo reposar en la copa nos asombra que ese color de notas tan azuladas y violáceas sea tan redondo. Al acercárnoslo a la nariz nos acaricia con una fortaleza nada dañina. Cariñosa pero inolvidable. Y al llevarlo a la boca queda allí de tal manera que tenemos dudas de si nos lo hemos llegado a beber o persevera en su estadía en nuestra zona de degustación.

Cada vez que catamos un vino hay múltiples lecturas y visiones que podremos tener sobre lo que hemos decidido beber. Alguien me dirá, "tal vez en unos meses tenga menos astringencia". Y seguramente sea cierto. Pero lo que hay ahora mismo en esa botella es un manual de lo que nos gustaría que los vinos con un precio tan asequible como los 5/7 euros fueran. Y más cuando llega a ser considerado como el mejor de muchos por bocas y narices muy acostumbradas a catar vinos. No digo yo que los vinos premiados tengan la fidelidad del premio. Pero en este caso, más que un premio es el reconocimiento sobre todos los vinos que se han presentado a éste Baco 2012, y sólo había un premio de éste índole, y ese uno se lo ha llevado este tinto roble de Ribera del Duero.

Dos uvas conforman la personalidad de este vino. Aunque en este caso es una uva prioritaria, la tempranillo, la que carga con todo el peso, un 95%, para darle ese 5% a otra uva, la Merlot, encargada aquí de dar viveza al color y ciertas notas de frescura. Algo así como un pellizco juguetón de vitalidad que es capaz, en el rostro de una mujer, de darle cierto color a su natural belleza. Porque sin belleza el color podría hasta resultar contraproducente.

Tal vez aquí encontremos el camino que guiará una nueva concepción vinícola. Por lo que podemos encontrarnos ante un transformador de conceptos. Y eso supone un momento de brillantez en la enología española.

Porque el caminos hacia la consecución de vinos que no tengan que ser pretendidamente frutosos a favor de vinos que sin tener una acidez evidente y una madurez consistente, nos muestren un vino que cumple las reglas que esperamos que puedan tener los vinos con apenas un ligero paso por madera, tres meses, y apenas otros tres meses en botellas, para conseguir algo tan redondo que no sé si las 80.000 botellas que ha hecho la bodega López Cristóbal en la zona de Roa servirán para calmar el ansia que en unos meses va a levantar éste vino inolvidable. Al que caerá rendido quien llegue a poder abrirlo y servirlo a esta temperatura óptima que exigen estos días de calor, esta temporada de verano, y pueda degustarlo en compañía. Porque es un vino que gusta de la palabra, de la conversación, de la risa y el juego, es un acompañamiento que nos hará meditar sobre las nuevas vidas que tiene el vino. Todo un logro de calidad de un precio increíble.