Es una inexactitud histórica y cultural afirmar que las peliculitas de ciencia-ficción del decadente siglo XXI (¡y acaba de empezar!) son superiores a las obras maestras del género. Como esta sección no es cinematográfica, no vamos a comparar los filmes de hoy (en realidad, play station para los millones de débiles mentales, en un sentido cultural y cinematográfico) con, verbigracia, varias decenas de

películas imperecederas. Ya dice el refrán que no hay peor sordo que quien no desea escuchar, o que no hay peor ciego que quien se niega a interpretar lo que ve. Todo lo anterior se resume en una frase: «A ese le falta pesquis»; o «el problema de mucha gente reside en su carencia de pesquis». Es decir, un déficit de cacumen, agudeza o perspicacia.

Cuando un director contemporáneo supere una película como Veinte mil leguas de viaje submarino (1954, dirigida por Richard Fleischer), con unos extraordinarios James Mason y Kirk Douglas, que nos envíe uncorreo. En la novela (1869-1870), de Julio Verne, base del filme, los aficionados a la cocina hallarán recetas, materias primasdel mar y elaboraciones muy novedosas, incluso en 2011. Y en varios casos, anticipándose a la moda de las algas en los restaurantes más o menos de autor y vanguardia.

La gastronomía de las algas, o con algas, brotó, aproximadamente, en 2005, acompañada, claro, de sus bondades para la salud y la inmortalidad del ser humano. Alguien llegó a titular «Las medicinas del mar». Sí, también había (y hay) un negocio detrás de este repentino descubrimiento: las algas de cultivo. Julio Verne, que no era cocinero ni chef tecnoemocional, tiene en esta novela, y otras, diversas recetas de algas y equinodermos: sopa de liquen, holoturias salteadas o algas fritas. No somos nada.