El 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón salió del puerto de Palos embarcado en sus famosas carabelas. Ya saben: la Santa María, la Pintay la Niña. Y navegando, navegando, descubrieron América, lo cual no tiene el menor mérito ahora, pero sí a la sazón. Generalmente, no se habla de los alimentos y los víveres que introdujeron en las carabelas, ni de qué comió la tripulación durante la larga travesía.

Cuando el Gobierno del PSOE conmemoró, en 1992, el V Centenario del Descubrimiento de América —a los cuatro años, el asfalto de la autovía del V Centenario estaba cuarteado y medio roto: circulé por el tramo Sevilla- Huelva—, subí a las réplicas de estos tres navíos, reconstruidos para la ocasión, y, sinceramente, ignoro cómo fueron capaces de no hundirse en la Mar Océana. Pequeños, estrechos, de juguete. Nos enseñaron sus bodegas, la cámara del capitán (un cubículo), los ¿fogones?, la bomba para extraer el agua, el bauprés y

el mástil de mesana. Etcétera.

La tripulación dormía en la cubierta, como en La isla del tesoro o El capitán Singleton. Y comían de caliente, de cuchara, una vez al día. Por término medio, el peso de los alimentos necesarios para atravesar el océano era de 500 kg. (por persona) para cuatro meses. Era lo calculado, por la experiencia, en los barcos de quince o veinte tripulantes. Pero en las expediciones de Colón, cuyas carabelas albergaban un mínimo de treinta personas (además de los marineros, había tres médicos, un despensero, un intérprete y un representante de Isabel la Católica, que auditaba el oro y las piedras preciosas almacenadas), los víveres ascendían a 750 kg. Según el investigador Rojo, "tengamos en cuenta que durante el mes que duraba la travesía apenas si se pescaba algo o se cazaba alguna ave, por lo que la mayor parte que se bebía y se comía había que llevarlo a bordo".

Cristóbal Colón, muy previsor, almacenó en sus barcos vituallas sólidas para quince meses. Y agua para seis. Para cocinar, comer y beber, había numerosos útiles: 5 grandes ollas y 5 calderas de cobre, 2 hornos, 40 carretadas de leña, 200 escudillas, 417 pipas de vino y agua...

La dieta en los viajes de Colón y de otros ilustres (Magallanes, Pizarro, Vasco Núñez de Balboa), solía consistir en una ración diaria de 1/2 libra de bizcocho o galleta, 1/2 libra de carne salada, un cuarto de libra de legumbres secas (garbanzos, lentejas) o arroz, 1 litro de agua, 3/4 de litro de vino, 2 onzas de vinagre y 1/4 de litro de aceite (no siempre). Los días de abstinencia, a los pobres marineros (ayunos de carne hasta llegar a una tierra firme habitada), se les sustituía la ración de carne por media libra de arroz (como si fueran

todos valencianos) o pescado seco.

Una vida durísima. Así ironizó al respecto Fray Antonio de Guevara, obispo, moralista e historiador: "Es previlegio de galera que todos los que allí entraren carezcan de la conversación de damas, de manjares delicados, de vinos odoríficos, de olores confortativos, de aguas muy frías y de otras semejantes delicadezas, las cuales cosas todas dárselas ha licencia que las deseen, mas no facultad que las alcancen". ¡Qué tiempos