Tiene el color del tiempo esta malvasía. La voz de Maysa puede sonar a mi lado mientras miro desde la distancia la tierra negra y volcánica que al final del trago lento aparece. Dicen que se llama mineralidad a esa característica.

Pero rara vez la había comprobado de esta manera en un vino naturalmente dulce. Me gusta repetir este estribillo. Naturalmente dulce. En medio del fin del mundo, como siempre me gusta llamar a esta parte del mundo que otros denominan La Geria, la Bodega Stratvs nos regala un vino inolvidable, del que no solo hay que guardar en la memoria su paso por boca, semejante al oro caliente o la plata fresca si hemos tenido la precaución de poner al frío este zumo denso de vida que nos transformará una vez lo hayamos bebido, sino guardar esta hermosa botella donde hay tatuado sobre la transparencia este mínimo Haiku " El vino del fuego/de la tierra/del viento".

¿Por qué los vinos importantes nos transforman, nos hacen más lentos para poder entretenernos contemplando el mundo y sus geografías?. Tal vez porque están hechos con tiempo, con ese don femenino que es la conservación, con ese don masculino que es la perseverancia.

Con ese don que tiene el ser humano de creer en las acciones que lleva a cabo, y que algunas veces acaba encerrando en una botella, como si de un genio que debe de cumplir un castigo se tratara, que al descorcharla nos permite el regalo de lo único, que es el deseo más preciado cuando bebemos un vino. Su unicidad, su singularidad, que lo hacen diferente a todos los vinos del mundo. Porque allí dentro está la tierra, y tierras como las de Lanzarote no hay muchas, no hay ninguna. Tal vez ni existan realmente y tanto este vino, como su imagen atravesando los días y los mares, no sea más que el sueño de cómo conseguir algo realmente hermoso.

Moscatel volcánica, hija de la moscatel aromática, de origen griego, y de la marmajuelo, uva autóctona del archipiélago. Con ese poético nombre la Malvasía Volcánica de Stratvs, naturalmente dulce, procedente de cepa de pie franco, se lanza a regalarnos sensaciones de unas intensidades desproporcionadas. Tal vez, y digo solo tal vez, contenga parte del alma o el espíritu de la isla. Un prodigio que hay que beber para creer. Que hay de tatuarse en la memoria para no perder el camino de regreso a la verdad que transita entre sus golosas gotas.

Es un vino que viene del pasado, y desde allí nos deslumbra. Un vino que quien se acerque hasta sus espumas se sentirá viajar por mares que no cansan, ni fatigan, porque los hijos del viento tienen el don inagotable del movimiento y aunque pudiera parecer un atrevimiento insensato quien lo beba no lo olvidará. Tiene el mismo poder que la tierra que lo produce. Quien la mira no la olvida. Y necesita, cada cierto tiempo, volver a contemplar su negritud.

Beber malvasías mientras el verano traza noches es una posición para quien quiere amar más el mundo, formar parte de él y dejarse llevar. Un reto para la velocidad que a veces imprimimos a nuestra vida pegajosa, cotidiana, y nada natural.