Uno se enamora de manera casual. Un gesto, un aroma, un movimiento. Una mirada que se pierde y aparece recuperada en una sonrisa. Aunque hay veces que hay tenacidad en llegar al amor. O tal vez lo que hay es empeño en querer que el amor nos estalle en el cuerpo, en los labios. Y la vida, la indomable, por unos momentos tome otra disposición.

La uva Godello tiene algunos nombres más que la nombran, pero el que más me gusta es el Ojo de Gallo. Le entrega una animalidad viva a la uva que le dota de un poder inesperado.

Desde hace unos años hay zonas que han dignificado de tal manera esta variedad que diría que la han encaminado para convertirse es una opción de futuro. Es un viaje en el tiempo, que al fin y a cabo es el que siempre están realizando los grandes bodegueros, que tratan de encontrar cuales eran los sabores propios de la tierra, para gracias a la capacidad técnica, proponernos el puente que consiga hacer llegar los gestos del pasado en acciones de futuro.

Pezas de Portela 2009 es un laberinto por el que no sufrimos por salir, sino hacia el que queremos adentrarnos. Sabemos que es un camino seguro desde que llega a nuestra nariz y ante nuestros ojos. La visión de tibios rayos de luz que alimentan estas Pezas, estas parcelas, es la primera recepción que tenemos de una propuesta que desde el nombre nos está hablando de la tierra, de lo oculto, de lo que hay por descubrir. De un más allá cercano pero invisible. Suelos de pizarra para unas raíces que viajan para apoderarse de un gusto único. Como únicos son siempre los legados que dan las tierras del mundo.

Complejidad y longevidad son adjetivos que gustamos unir al amor. Y también a este vino que viene de una tierra muy concreta, con nombre. Portela. Complejidad porque en su degustación, en su saboreo, la boca nota estructuras duraderas, que permanecen no solo durante el tiempo en que es ingerido, sino que cuando partimos de su lado, como un susurro que nos acompaña, hace que volvamos la mirada hacia atrás. Buscamos a quien nos acompañó en el momento del placer para poder recordar una anatomía que queremos hacer nuestra y que no nos abandone.

Así es la verdad de Pezas de Portela. Inolvidable. Para causarle fidelidad y poder disfrutar de esa frescura que lleva en su transparencia, en su acidez que logrará convertirlo en algo más mientras transitas los meses que permanezca sin abrir. Vinos que crecen conforme los calendarios se suceden. Y que van haciéndose mayores, maduros, y cada vez que nos acercamos a ellos con cuentan otras cavidades y texturas de las pizarras de donde proceden.

Vinos que ayudan a la creencia en la vida, que con ellos en la copa, divisando el horizonte de la cotidianidad, o de lo extraordinario, porque el verano siempre es una estación extraordinaria aunque uno no se aleje de su refugio cotidiano, son capaces de transmitir algo de la creación del ser humano, que llega a unir, en momentos muy inesperados, la atracción que le produce la madre tierra con los frutos que genera, y bien manipulada esa conjunción forma un discurso emocional que cuando lo encontramos en una botella de vino nos serena. El agricultor que todos llevamos dentro ha conseguido surfear con las estaciones y alargar su sombra. Hay porqué brindar por la vida.