Como si se tratara de un himno o un poema épico: hay que vencer las antiguas mentiras.

Beber rosados se estaba convirtiendo en una difícil aventura de la que salir airoso.

Pero soy uno de esos que buscan las causas perdidas, y no cree en los absolutos vinícolas, ni humanos.

Ya el año pasado comencé a probar botellas que me hicieron mirar de otra forma esos vinos frescos y ligeros cargados de aromas frutales que llamamos rosados. Por ello continúo el camino, y llego a un territorio franco. Con límites níveos o grisáceos desnudos.

En el Somontano, esa D.O que tiene al norte la cicatriz que nos contuvo muchos siglos y que muchos llaman Pirineos, y al sur la expresión del movimiento hecha río, el Ebro, no hay termino medio. Las temperaturas nunca son estables y la lucha por controlar a la perfección la viña semeja esfuerzos titánicos que estos hombres, conocedores de los vientos y de los cambios que anuncian los cielos, manejan con tenacidad y elegancia su infinito trabajo.

Pero además cuentan con el factor tiempo. Pues desde hace mies de años la viña aquí es parte del paisaje y de la tradición. Y la familia Otto Bestué ya cosechaba vinos desde los años 1610.

BESTUÉ ROSADO 2011 es un vino que escanciado en la copa me ha producido bienestar. La luminosidad que esconde alegra los ojos que lo miran con expectación. Abrir nuevas botellas siempre es esperar. Como si los regalos pudiesen llegar en fechas no señaladas en el calendario. Abrir una botella de vino es esperar que la felicidad pueda venir a visitarnos. Y cuando desde que dejamos el tapón a un lado, preparamos la copa para recibir el regalo del un líquido que ha sufrido las transformaciones que la honestidad del hombre puede darle, y escanciamos, sentimos en esa milésima de segundo que el milagro puede suceder.

Hay algo inexplicable. Una gota que salta y esconde un mundo. Y aquí hay mundo. Un mundo que habla de la dificultad de trabajar con la tempranillo y el Cabernet Sauvignon, para que nos lleguen a dar unos colores frescos, límpidos, brillantes, donde nos sumergiríamos si la copa fuera mar o río sin miedo, porque estos colores amistosos solo pueden transmitir buenas sensaciones.

Todos los aromas que se han extraído de estas uvas mezcladas en paridad nos hablan de color rojizo, ya sean delicadas golosinas infantiles, como frutas rojas donde la grosella y la frambuesa se dan la mano, incluso el rosal aparece para dulcificar el ambiente.

Es hermoso cuando el hombre llama a las tierras por un nombre, para señalaras y diferenciarlas de otras.

Así que las cinco fincas de donde proceden las uvas, La mestiza, La Sierra, El Plano, Rableros o Santa Sabina, cada una lleva un expresión distinta de esas areniscas y arcillas que dan las tierras que rodean el monte Enate y las afueras de Barbastro. Donde según la estacionalidad hay colores que nos subyugan, y si las blancas flores de los almendros nos roban el corazón con su sencillez, las expansivas amapolas nos hacen soñar.

Aquí hay ligereas alturas que ayudan a que el potencial de la uva se desarrolle, y que el dulzor ligero y final que nos entrega este BESTUË ROSADO 2011 quede como una palabra que puede dar pie a una conversación lenta y agradable, con ausencia de tiempo. El alma de este emotivo vino tiene luces de capitanear sonrisas sencillas y francas, que resbalan por el rostro como si de una alargada sombra recorriera la tarde estiva. Nos inunda de un frescor tan completo que la habilidad de los que han conseguido captar ese color a la naturaleza se vuelve un gentil regalo que lo hace inolvidable.

Como un himno, sí, como una canción de gesta. La verdad está escondida, y se encuentra en muchos lugares. En el centro de este vino, desde luego, en sus brillos que nos harán felices, porque esta hecho con una precisión y una armonía que sería insoportable en no disfrutarlo.