A medida que se reduce la temperatura ambiente, las subespecies o razas aumentan de tamaño. Es la regla de Bergmann, uno de los más antiguos y constatados principios ecológicos. Según ella, los lobos gallegos difícilmente habrían alcanzado jamás el tamaño de un perro pastor alemán (los ejemplares récord de la especie se han cazado a miles de kilómetros, en Canadá, Alaska y Siberia) lo cual no impide que durante siglos fuesen el gran enemigo de los ganaderos de la comarca de Pontevedra.

Sus cabañas ovinas y caprinas, pastoreadas en régimen de semi estabulación libre, eran especialmente vulnerables a los ataques de las manadas de estos depredadores. Es el factor que explica en opinión de algunos expertos en ecología que en amplias zonas del interior de la provincia (tradicionalmente copadas por el ganado vacuno y porcino estabulado, por tanto menos vulnerable a los lobos) no se conserven las trampas para lobos.

Se tienen datos de estos ingenios ya desde la edad media, si bien en el primer momento muy posiblemente se construyeron de madera y tierra, sebes que canalizaban la carrera de la manada hasta un punto en que podía abatírselos. En todos los casos (existen diversas tipologías de foxo en España y Portugal) la trampa funciona de modo semejante: se encauza mediante ruidos o un cebo a los lobos hasta una zona en la que los muros los van guiando a un foso.

En épocas más recientes esas primeras empalizadas, la gran mayoría de las cuales no sobrevivió al paso del tiempo, dieron paso a los robustos fosos realizados con piedras, un trabajo vecinal que se sumaba a las frecuentes batidas.

Tal es la preocupación generada por los lobos que ya en el siglo XII aparecían ordenanzas del arzobispado en las que se ordenaba: " Todos los sábados, a excepción de los de Pascua y Pentecostés, los presbíteros, caballeros y campesinos que no estén legítimamente ocupados, se reunirán para perseguir a los lobos y preparar las trampas que vulgarmente se llaman fogios. Cada iglesia presentará siete cañas o chuzos de hierro. El que se retrasare en acudir a la montería, si es sacerdote (a no ser que estuviere ocupado visitando enfermos) o caballero, pagará cinco sueldos, y si es campesino, una oveja o un sueldo".

Buena parte de estos trabajos todavían puede reconocerse en el foxo. Éste aprovecha generalmente la caída del terreno y el animal va descendiendo a la carrera sin ser consciente de que los muros lo están achicando. Finalmente, se precipita en la desembocadura del foso, generalmente un pozo a unos dos metros por debajo del terreno desde el que resultaba fácil abatirlo.

En este tramo final del foxo se sitúa una puerta, de modo que el lobo tiene la falsa impresión visual de que cuenta con una salida entre los muros, lo que aceleraba la carrera hacia la trampa.

Los recientes trabajos de desbroce han dejado a la luz el Foxo dos Lobos de Cotobade, una de las escasas estructuras de su tipo de las que se tiene constancia en la comarca de Pontevedra.

Siglos después de su erradicación (el lobo es hoy una anécdota en el ecosistema gallego) preservar los foxos es mantener la memoria de un depredador que en realidad fue víctima: de la histeria popular, de la competencia por los mismos recursos y hasta de la mitología, aunque expertos como Antonio Reigosa recuerdan que en realidad en Galicia "nunca fue un lobo el que aparecía en la tradición oral sino un ogro o, generalmente, un hombre lobo". Los antiguos sabían que ya nos gustaría que el hombre sea un lobo para el hombre: en 1962 un equipo de geólogos localizó a un niño que corría con una manada de lobos en una región del desierto de Turkmenistan, en el Asia central. Intentaron capturar al pequeño, de unos 7 años, y la manada de lobos acudió para protegerlo. Todos fueron abatidos a tiros y en 1991 un psiquiatra aseguraba que el niño, ya convertido en hombre, todavía lloraba a su protectora familia.