Es la antítesis de Cárdenas. Posiblemente posea la mejor dicción de cuantas pueden escucharse de boca de un presentador en la actualidad. Debo reconocer públicamente los méritos de Carlos Sobera, y confesar humildemente que no fui presa fácil. Sus múltiples facetas, profesor universitario, actor, gestor y empresario, me hacían juzgar con cautela todos sus trabajos. Y para qué negarlo, incluso su tono un tanto chulesco, como advirtiendo que cuidadito, que venía de Bilbao, me invitaban a la prevención.

Pero yo punto en boca. No se debe opinar por impulsos. Hay que ser ecuánime. Y fui al teatro, me senté en primera fila, y me sorprendió. No pude asistir a sus clases, pero empecé a frecuentar sus programas intentando analizar su prosodia, su estilo, su estrategia. Y comencé a reparar en su buen hacer. Hasta que llegó este verano de 2017, que puedo decir hemos compartido. De lunes a domingo, se dice pronto, lo he visto en First dates. Los viernes, además, en The Wall Tanto le he pillado el punto, que hasta me arrepiento de no haberle hecho más caso en temporadas anteriores. Lo que hace Carlos Sobera en el divertimento de las citas a ciegas y en el mucho más jugoso de lo que puede parecer a primera vista The Wall es asombroso. Volviendo a la pronunciación y a la entonación, la de Sobera es prodigiosa. Pero es que a ella hay que añadir una psicología y una intuición excepcionales.

De poco sirven los pinganillos cuando no se posee ese bagaje personal. En definitiva, que el presentador hace fácil lo que, en realidad, es más que complicado. He tardado en hacerlo, pero le cuelgo la medalla al mejor comunicador del año. No es otra cosa lo que él hace. Comunicar. Embaucar. Entretener. No es que Sobera esté por encima del formato. Es que ha logra- do que el formato sea él. Brillante.