Tiene el aplomo de los maestros, de esos periodistas que saben salir del apuro sin que el flequillo se les mueva - verdad verdadera también es que les suele ayudar la plasta de laca que les ponen en maquillaje para salir a escena y estar preparados para lo que venga, que a veces es el demonio en forma de ángel, ya saben, como si Puigdemont se presentara en la mesa de Rajoy, mientras cena, cantándole un pasodoble español, español y muy español-.

Me refiero a Alastair Stewart que, por cierto, le salieron canas en los testículos delante de una cámara dando noticias, pero tiene flequillo, así que la laca se la pone en las sienes y la nuca, para que las guedejas no se le amotinen. A lo que voy. Que estaba el hombre en su televisión, en un canal británico, en ITV, liado con sus noticias hablando de las alergias, en concreto sobre la leche, cuando de repente...

De repente Stewart ve que una nena, de los hijos que llevó una madre para ilustrar con niños alérgicos la información, trepa como una gatita por la mesa del informativo y se pone a hacer cucamonas, a mover las manos, y a cruzarse en el tiro de cámara de Stewart. Claro que no trató de ocultar lo que estaba pasando, y ni siquiera el realizador pinchó una toma absurda para evitar la escena. El periodista, con aplomo, y no tiene que ser aplomo británico sino sólo aplomo de perro viejo, sonríe y con ternura de abuelo e intuición de lagarto prehistórico sabe que el momento, apenas unos cincuenta segundos, dará saltos por las pantallas de medio mundo, y que esa niña, esa madre, y ese periodista se convertirán en un desengrasante natural ante otras noticias que ponen los pelos de punta por muchos litros de laca que nos echemos.