Me tragué entera, sin respirar, la última entrega de Salvados, ETA desde dentro. Ni el presentador ni el equipo de este programa conocen los límites de hasta dónde se puede llegar, y los espectadores, visto lo visto, tampoco.

El programa último, el del domingo, el que cierra una temporada magistral, demostrando que la televisión puede ser lo que se quiera que sea, erigió un túmulo al periodismo en televisión. Repito, en televisión. El género de la entrevista es uno de los más agraciados, uno de los que más me gusta a mí, y cada medio le saca un partido distinto echando mano de las herramientas propias de ese medio.

La entrevista que le hizo Jordi Évole a Iñaki Rekarte el domingo en La Sexta no hubiera sido igual en un periódico, en una radio. Sólo la televisión, y tal vez sólo un periodista como Évole, elevaron a categoría de cumbre la entrevista mentada. Desde el minuto uno en que el terrorista empieza a hablar te vas quedando así, como un gato parado, sin saber si vas de caza o te van a cazar.

El «soldado» de la banda de criminales habló de arrepentimiento, de ligereza, de ovejas, de ceguera, de héroes, de dolor, de la condición humana, del odio, de lo fatuo, de la ignorancia, del amor, de la vileza, de las contradicciones, de cómo llegó un momento en que sonó algo parecido a un clic en su interior y el ex jefe del comando Santander, que mató a tres personas y que pagó sus crímenes durante 21 años en la cárcel, lo mandó todo a la mierda y dijo basta.

La mirada de Iñaki, como buscando un asidero en la de Jordi, y los silencios, los tremendo silencios, te helaban la sangre. Y eso sólo es posible en la televisión, que de nuevo hizo grande el periodismo haciéndose grande ella misma.