Que no, que no pega. Vale que a mí este señor me retuerza las tripas, vale que no sólo no me hagan gracia sus supuestas gracias sino que me producen una sensación de pena y patetismo tan intenso que jamás he conseguido relajarme cuando asoma su estrafalaria estampa por la pantalla, vale que Mario Vaquerizo esté a años luz de lo que para uno es el entretenimiento, pero algo parece ajeno a lo personal y los prejuicios, y ese algo, rotundo y estruendoso es la presencia de este tipo en 'Zapeando'.

Ni él mismo se ve feliz, relajado, por más caras que ponga y por más risitas que suelte torciendo su boca, pura máscara, pose, montaje, pura falsedad. Lo llevan una vez a la semana para que suelte las paridas que salgan por su cabeza sin pensarlas demasiado, lo primero que se le venga al coco, a ese cerebro obligado a servir al personaje de tonto lacio inculto con base real.

La presencia en 'Zapeando' de este mastuerzo es una ofensa, una agresión a los fieles del programa de La Sexta, que se ha hecho un hueco merecido por su fina o basta ironía, según convenga, por sus guiones punzantes, frescos, por la altura de sus colaboradores, por su rapidez de reflejos. ¿Qué pinta este señor en mitad de ese plantel talentoso, si lo único que ofrece además de repetir sus cucamonas, sus chocarreras banalidades, es eso, una exhibición de su idiotez?

Idiotez, eso sí, que cayó en gracia al principio, cuando el hombre parecía ramplón y simple porque sí, porque el mundo lo hizo así, pero ahora, es él mismo el que se parodia, el que se imita, el que banaliza la falta de conocimientos. Al final, las cadenas apuestan por esas majaderías de fácil lectura. No hay que prepararse. Todo vale. Sólo hay que caer en gracia. Pero Vaquerizo hace tiempo que la perdió.