Tengo con el calzoncillo limpio y el delantal planchado. Y tengo muchas ganas de cocinar y de pasarlo bien. Más o menos, así se presentó el barbas, un poco ogro, que ahora cocina en Telecinco a la hora en que la cadena emitía el teatrillo de Sandra Barneda De buena ley. Se trata del cocinero vasco David de Jorge, un tipo que no para de cascar, como todos los cocineros de la tele, que Arguiñano es mucho Arguiñano y creó escuela.

Aquí comienza Robin Food, atracón a mano armada, y vamos a cocinar sin gilipolleces, decía el charlatán, buenas vibraciones, buen sofrito, y viva Lina Morgan. Habla tanto, una verborrea tan imparable que una, ante la pantalla, no sabe si tomar nota o mandarlo a la mierda (usando su lenguaje, que está claro que es duro, cachondo y duro, llano y atrevido, excesivo y cargante). Conforme hablaba y sofreía cebolla fresca, pimientos y ajos, los efluvios subían al extractor, pero algún vapor le llegó a la nariz y le hizo estornudar, coño, que ha estornudado el tío en la puta sartén. Ah, por ahí no paso. Entre su desaliño, su verbo duro y su heterodoxia no sé, me da que este tipo me tira para atrás. Pero la otra cara es la de un tipo sanote al que le gusta la vida y la cocina sin complicaciones, que te habla como si estuvieras en su casa, sin imposturas.

Lo que me llama la atención de David de Jorge es que, viéndolo, a veces pierdo el rumbo de lo que está cocinando porque me priva su verborrea. El otro día hizo una descripción de España a través de sus lugares y sus cocinas, y dijo que el norte se suele relacionar con los guisos contundentes, con esas cazuelas tan reputadas; el centro, con los buenos asados castellanos de carne, y el sur, con sus frituras celestiales «como puntillas en el delicado calzoncillo de Jon Kortajarena ». Glup. ¿Cocina y lujuria? ¿Frituras como calzoncillos blancos con puntillas de aceite de oliva? Vaya, vaya. Este cocinero es un poeta lascivo. ¿Un monologuista encubierto que ama la cocina, o un cocinero que encubre al monologuista que lleva dentro? Al rato, como yo creo que no piensa lo que dice, se da cuenta de que un calzoncillo, aunque sea el del modelo vasco Kortajarena, no tiene puntillas, y entonces trata de rectificar diciendo que algún día se pondrá de moda ese tipo de calzoncillo, y que si se lo pone Jon seguirá siendo él, «más bueno que un queso de bola».

Como por lo que está allí, en mitad de ese plató convertido en cocina, no una cocina vanguardista, sofisticada, de diseño, sino una cocina como de casa, con ventanales, estanterías con platos, y mesas de madera, es para cocinar, de pronto descubre que el sofrito se está torrando un poco, pero no sólo no se preocupa sino que suelta otra de sus perlas, es decir, que se pone cachondo con el pegado de las cazuelas. Se anima y alcanza el clímax al decir que él está allí pero que ve lo que hacemos en casa, que nos ve con la mantita por encima, y que nos ve metiéndonos mano, y que «no seáis cerdos y esperad a más tarde para echar el polvo».

Bueno, vale, ya. No creo ser una mojigata, es más, afirmo que no lo soy, que no me asusta el lenguaje aunque el lenguaje jamás es inocente, pero creo que David se toma unas confianzas, con la excusa de lo campechano, que aún no tenemos. Tranqui, colega, no hables tanto, que al final no sé cómo se cocina la receta. Es tu gran fallo. Te recuerdo que Robin Food es un programa de recetas, no de chascarrillos.