Por lástima y solidaridad con los equipos no puede uno dilapidar su credibilidad, que la tiene más sana que el «paquete de Abraham», un tete de Gandía Shore que ahora luce el bulto en Supervivientes, y muchísimo más que Carlos Floriano, el tupé con más salero del PP, un hombre que habla y habla pero lo que expele es de tan baja calidad que sale la palabra y al momento, en contacto con el aire, se convierte en guano.

Lo que vengo a decir es que Dreamland es un pastelazo sin futuro, y que la gente que hizo este invento se ha quedado con el culo al aire o, mejor, con las tetas al aire, porque les aseguro que a los pocos minutos de emisión creo recordar que ya había jóvenes en bolas atendiendo las exigencias de un guión€ terrible.

Antes de su estreno el viernes en Cuatro hablé de fracaso. Me quedé corto. Rozó los 800.000 espectadores. Audiencia testimonial. Intenté entender qué pasaba entre bailes, y como vi que era inútil, y que entenderlo no me aportaba más gana de seguir viendo aquello, me dije como el chiste, venga, papa, follamos unas vueltas más y lo dejamos.

Seguro que los chicos y chicas que saltaban en el local de la academia mojados se lo han pasado fenomenal, que el resultado de las coreografías es la leche, y que las tramas con las peripecias de los bailarines los ha entusiasmado a todos, pero faltó quien parara en seco la locura, y ahora, en antena, sólo queda una salida, retirarla. O llevársela a otra ventana de las que aún tiene Mediaset en TDT. Así que quiero resaltar y resalto que mi olfato sigue intacto. Puedo seguir codeándome con las grandes, con la bruja Lola, con Aramís Fuster, con Rappel.