Por 25 pesetas, nombres de concursos míticos de la televisión. Por ejemplo, «Un, dos,tres... responda otra vez»... Fue un 24 de abril de 1972, hace ahora 40 años, cuando un concurso innovador, recargado de ingenio y muy ambicioso, dividido en tres partes, se asomaba a la pequeña pantalla española para animar una década en blanco y negro con muchos grises. Chicho Ibáñez Serrador (hijo del gran actor Narciso Ibáñez Menta) había metido el susto en el cuerpo a los televidentes con 'Historias para no dormir' y había demostrado con La residencia que podía llenar las salas de cine para seguir dando sustos. Su idea, tan genial que traspasó nuestras fronteras, era sencilla: unir tres concursos en uno solo. Primero, poner a prueba a los concursantes con preguntas cotizadas a 25 pesetas por respuesta; luego, someter a los que no resultaban campeones a un maratón de obstáculos en el que demostraran sus habilidades para que sólo quedara una pareja finalista, y, por último, jugar con el temple y el instinto de los ganadores (y confiar en la buena suerte) en una subasta en la que, tras un proceso de descartes, se podía llevar un apartamento en Torrevieja, un '124' o... la calabaza de cartón, que se haría celebérrima entre grandes y pequeños: Ruperta. Capaz de bailar como Fred Astaire, y también de arrancar lágrimas de decepción si alguien terminaba con ella en las manos (aunque a veces el taimado Chicho jugaba al despiste y la calabaza escondía un tesoro), Ruperta llegó a ser retratada por Dalí.

¡El apartamento! ¡El cocheeeeeeeee! Aquella España que sólo disponía de dos canales (y gracias) abría mucho los ojos cuando en e lplató aparecía un Seat ocupado por sonrientes azafatas o secretarias de largas piernas y sonrisa sin fin. Hasta diez temporadas llegó a vivir el concurso, aunque las últimas perdieron el gancho con el público, sobre todo, la conducida por un excesivamente circunspecto Luis Roderas, que marcó en 2004 el fin de las reapariciones de un programa grabado a fuego en la memoria de varias generaciones. Para muchos, el Un, dos, tres era impensable sin Kiko Ledgard al frente. Simpático, encantador, pícaro, carismático y con un cierto toque de candor sibilino, Ledgard era insuperable e irrepetible, con su manía de llevar calcetines de distintos colores y su afición a los relojes. Muchos relojes. Su sinceridad era absoluta: «Yo nunca miento. Puedo callarme, puedo no decir toda la verdad, pero como presentador del Un, dos, tres no puedo mentir».

Kiko Ledgard y don Cicuta

Estuvo a punto de regresar años después, pero un absurdo accidente impidió una vuelta que muchos esperaban como agua de mayo. La única que pudo hacerle algo de sombra fue Mayra Gómez Kemp, que había sido actriz en la fase de la subasta, y, en menor medida, Jordi Estadella y Miriam Díaz Aroca, que hicieron pareja. A José María Bachs le tocó lidiar con la más fea: empezaban los tiempos de la invasión publicitaria y el exceso de cortes perjudicaba el ritmo y la agilidad de un programa tan largo. La audiencia empezó a darle la espalda y en su última temporada la cruzada de su creador por hacerlo más cultural y usarlo para fomentar la lectura se saldó con un fracaso del que no se recuperaría. La criatura de Chicho sembró de sintonías pegadizas y de rostros famosos el panorama de la televisión, y muchas de sus frases fetiche eran moneda de uso corriente en las tertulias y en los patios de colegio: «Hasta aquí puedo leer», o «amigos y residentes en Madrid», «¡campana y se acabó!», «¡hala, vamos...!», o «¡vamos, que nos vamos!», aún sobreviven en el lenguaje popular. Se hicieron muy populares Los Tacañones, liderados por el entrañablemente malvado y avaro don Cicuta (un memorable Valentín Tornos). Hubo un cambió de sexo con las hermanas Hurtado, que vivieron años de gloria gracias a sus campanilleos al detectar un fallo en las respuestas.

Primer programa de Mayra Gómez Kemp

Por encima de todos, los Supercicutas, que, con su voz en off con ínfulas divinas, corregían los fallos y explicaban las razones. Y actrices como una jovencísima Victoria Abril, Lydia Bosch, Agatha Lis y Silvia Marsó, dieron sus primeros pasos llevando las cuentas o luciendo palmito con las famosas gafotas sin cristal. Sin olvidar a Nina, Paula Vázquez, la exótica Kim Manning o Blanca Estrada. Cosas del destino: Yolanda Ríos, que sería una actriz habitual en el cine del destape, murió esta misma semana, a los 60 años. La lista de humoristas era larga, pero los más aplaudidos fueron Bigote Arrocet, Antonio Ozores, Fedra Lorente, la Bombi; Beatriz Carvajal, Raúl Sender, Arévalo, Juanito Navarro,el Dúo Sacapuntas, Ángel Garó, Andrés Pajares, Joe Rígoli...

En aquellos tiempos de televisión timorata y pobretona, el ingenio de Ibáñez Serrador caló muy hondo. Sus decorados para recrear la antigua Roma, el Moulin Rouge, el antiguo Egipto o el Chicago de los años treinta fueron madurando a medida que pasaban las temporadas para ser más espectaculares, con números musicales coreografiados con mimo y apariciones de humoristas con los que pespuntear los descartes. Entre los muchísimos ingredientes que metía Chicho en su caja de sorpresas (desde juegos de todo tipo, paneles de la suerte, al arreón final de dinero para que los concursantes cambiaran de opinión...), uno de los más recordados es el de los sufridores, concursantes externos que ganarían (o perderían) el mismo premio de los oficiales. Se les llamaba así porque ellos sí sabían cuáles eran los mejores premios y sus caras lo decían todo al ver pasar de largo los más jugosos sin poder decir nada.

Un, dos, tres? ¡aquí estamos con usted otra vez! Y para siempre, don Chicho