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Celsa Lastres RadÍo | Maestra meañesa

“Debemos acabar con esta lacra de muerte de mujeres a manos de los hombres”

“En mi época que una mujer estudiara era inusual, ya que tenía aceptada su condición de ama de casa y trabajadora del campo”

Celsa Radío

A sus 85 años, desde Bandeira, donde está afincada, la maestra meañesa Celsa Lastres Radío (Abuín-Dena, 1935) rememora aquellos años en las escuelas nacionales unitarias. Lo hace a las puertas del Día de la Mujer cuando en los años 50 el acceso de la mujer del rural a los estudios universitarios aún era singular. A mayores, recuerda como a finales de los 60 se dejaba ver como una de las poquísimas mujeres del municipio que se ponía al volante. Buena parte de sus años de docente estuvieron ligados a Castrelo, y a su edad aún mantiene lazos con algunos de sus ex alumnos cambadeses.

–- ¿Fue vocacional el haber sido maestra?

– En gran parte sí, era algo que me gustaba desde muy joven. Quizás pude haber estudiado otra cosa, pero en los años 50 tampoco se abrían muchas puertas para las mujeres cuando queríamos hacer una carrera.

– Usted nace en 1935, un año después del inicio de la Guerra Civil. ¿La marcó aquel conflicto de alguna manera?

– Sí, mucho, porque mi padre Daniel Lastres falleció en la guerra, cuando entonces, a la altura de Zaragoza, estaba combatiendo en el frente de Aragón. Me contaron que bajó a por agua hasta un arroyo para luego comer, y una bala perdida dio con él. Nunca lo conocí y yo fue, lo que se dice, una huérfana de la guerra. Cosas de la vida, aquella muerte hizo que yo pudiera estudiar luego con una beca del ejército. Lo hice interna en un colegio de Zamora, que era uno de los que acogía a esos becados. Luego completé los estudios en Pamplona, en un centro y en una residencia que también sufragaba la beca del ejército.

– ¿Cómo se percibía la mujer en el Dena rural de los 50, cuando usted se atrevía con los estudios?

– El que una mujer estudiara era inusual. La mujer tenía aceptada su condición de ama de de casa y trabajadora del campo y, en el caso de familia pudiente, ni trabajar siquiera. Mi madre, Elvira Radío Limeres, más conocida en Dena como Elvira “A Campona”, que se había quedado viuda en la guerra, primero fue la víctima, y luego la heroína para que yo estudiara. Yo le hubiera hecho mucha falta en casa, pero se lo cargó todo a cuestas para que pudiera irme a Zamora y luego a Pamplona con las becas del ejército para hacer la carrera.

– ¿Con que gestos empezó a reivindicarse socialmente como mujer en sus años de juventud?

– Recuerdo que primero que atreví a ponerme pantalones. Era catequista, tendría unos 20 años (mediados de los años 50), nos fuimos a Portugal en una excursión de catequesis y allí me prohibieron entrar en una iglesia por llevar pantalones. En Portugal, también con una dictadura, eran aún más conservadores que nosotros. Luego, en los 60 saque el carnet y me atreví con el coche. Creo que en nuestra zona las profesoras fueron de los primeros colectivos en familiarizarse con el coche, al tener que desplazarse a los primeros colegios que se estaban construyendo.

– ¿Cual fue su primer coche?

–- Un Seat 600 gris, con puertas que aún abrían por delante, y que me costó 60.000 (360 euros de hoy) pesetas. Y eso que, entonces, primero tenían que encargarlo y luego y esperar un tiempo a que lo mandaran.

–- ¿Cuándo empezó a dar escuela y cuál fue su primer salario?

–- Empecé dando clases en Silleda en 1958, cuando tenía 23 años. El salario de aquel primero mes fueron 1.300 pesetas (7,8 euros). Luego pasé por Vila de Cruces, me tocó volver a otra parroquia de Silleda, llamada Senra, donde di clases 6 años. Desde ahí fui para Castrelo. Era el año 1968, y me asignaron la escuela unitaria que había en el lugar de O Castro y que fue la que me marcó mucho.

–- ¿Cómo recuerda aquella escuela de O Castro?

–- Era una casa escuela. En la planta baja estaba el aula, y arriba, en la primera, la vivienda. Empezó siendo escuela femenina y a ella venían niñas de entre 6 y 14 años, todas juntas, hasta hubo un curso en que llegué a tener 83. Como de aquella no había matrículas, ni registros, en Inspección apenas sabían cuantos alumnos teníamos en la realidad. Pese a la esa cifra yo intenté enseñar y atender la cada una en función de su edad y su progreso. Les di clase de todo: matemáticas con álgebra y mismo con ecuaciones, lengua, geografía y, con el tiempo, hasta francés. Siempre luché para que pudieran tener el certificado de Estudios Primarios. Para ello me puse de acuerdo con Suso Jorge Campos, que era maestro de otra masculina en Castrelo. Juntos logramos que nos autorizaran a examinarles para el título, y para ello venía el inspector Jorge Vázquez, que era cura, y que permanecía en el aula durante la prueba.

–- ¿Y usted vivía arriba?

–- En los primeros años no, porque me fui a vivir con mi madre en Abuín. Luego, cuando falleció, me instalé con las dos hijas en la casa de la escuela en Castrelo.

–- ¿Y su marido?

– Él era de Bandeira y durante tiempo, como quien dice, vivimos separados: por la semana en Castrelo y en los fines, o bien venía él a Castrelo, o yo conducía el 600 llevando a mis hijas hasta Bandeira.

–- ¿Cuál es ese primer recuerdo que le viene la cabeza de esas fotos en blanco y negro de la escuela de Castrelo?

–- La de las buenísimos alumnas y luego también chicos que tuve, y la de unos padres y madres que se portaron de maravilla conmigo.

–- ¿Algún libro de cabecera solían tener en aquellas unitarias?

–- El que más recuerdo son los libros de la editorial Álvarez, con un primero, segundo y tercer grado, en función de los niveles. Cada uno de esos libros incluía lecciones de todas las materias.

–¿Hasta cuándo se mantuvo aquella escuela unitaria de Castrelo?

– Hasta 1976, cuando en el curso 1976-77 abría el Colegio de Castrelo. Los maestros que estábamos en las diferentes escuelas unitarias de la parroquia, que desde finales de los años 60 se hicieron mixtas con la llegada de la E.G. B., pasamos a formar parte de la plantilla del Colegio Nacional, que así se llamaba entonces. (A Celsa Lastres, la acompañaron Suso Jorge Campos, que impartía escuela en la Bouza, Dolores Segunda Vila Méndez y Francisco Barros Barros que lo hacían en escuela en el Couto-Lourido; y María Mouriña Arias, en la escuela de Serantellos).

–- ¿Hasta cuándo impartió escuela en Castrelo?

–- Hasta 1980 en que me vine para Bandeira con las hijas y estar toda la familia junta. Desde aquella di escuela aquí, en el colegio, y luego cuando llegó la ley de enseñanza obligatoria hasta los 16 años, pasé a impartir Galego en el IES. Y así hasta el año 2000 en que me jubilé a los 65 años.

–- Mire que usted pasó por leyes educativas: las unitarias, los colegios de la EGB, el instituto de secundaria ¿El profesor estaba más valorado ayer u hoy?

–- En el plano salarial fue estando mucho más valorado con la llegada de la democracia. Pero en el social, en las últimas décadas, lo está siendo menos. Antes la labor del maestro estaba más valorada y más respetada, por alumnos y por las familias, que siempre lo agradecían. En cambio hoy, todo lo contrario, la vida en los colegios se ha vuelto más conflictiva.

–- Después de tantos años: siente que hay alumnos de Castrelo que aún le recuerdan bien?

–- Siempre hay cosas y personas a los que recuerdas y que me recuerdan. A mediados de los años 80 los alumnos de Castrelo me hicieron un homenaje y me invitaron a compartir con ellos un almuerzo en Castrelo. Fue muy emotivo que se acordaran de mí, cuando ya habían pasado cuatro o cinco años que yo estaba en Bandeira. Fue gratificante y muy bonito, son cosas que se llevan en el corazón, y aún hoy me hablo por teléfono con algunos de ellos.

–- A sus 85 años, con tanta vida y trabajo transcurrido, ¿qué mensaje le gustaría dejar en vísperas de Día de la Mujer ?

–- El mensaje que daría es que aún quedan cosas por hacer, la más importante, acabar con la lacra de la muerte de mujeres a manos de hombres.

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