Hay una plaga mundial que amenaza a los productores de naranjas de España. Se trata de la «mancha negra», una enfermedad provocada por un hongo (Phyllosticta citricarpa) que en la actualidad infecta naranjos en todos los continentes salvo Europa.

Pero el hongo no es tan maligno como se podría imaginar. No acaba con la vida de los naranjos. Tampoco disminuye la producción ni hace que el fruto sea incomestible. Lo único que causa son, como su nombre indica, unas manchas negras en la piel de la naranja que la vuelven «fea».

Las naranjas «dañadas» no logran venderse para el consumo en fresco porque los consumidores no las aceptarían, así que los naranjeros deberían adaptar su producción a la industria del zumo, con un elevado coste.

Porque el gusto del público por uno u otro alimento tiene consecuencias en toda la cadena.

Pero, ¿realmente rechazaríamos esas naranjas «manchadas» si nos las ponen en la mesa? La triste realidad es que sí.

¿Y te comerías unos huevos blancos?

Es una tónica común en el mundo alimentario. Hay multitud de productos que, por percepción o cultura, el público rechaza. Por ejemplo, hace ya años que no se ven huevos blancos en los supermercados.

¿Por qué? La razón es que en España el huevo blanco es visto como más «artificial». En cambio, el huevo de cáscara marrón tiene una apariencia más «campera».

Pero a pesar de su fama, está más que demostrado que la única diferencia es el color de la cáscara: la calidad nutricional del alimento es exactamente la misma.

Pero la realidad es que sólo por esta razón nos encontramos con que las explotaciones de huevos marrones venden su producción para consumo directo, mientras que los huevos blancos se venden para otras industrias como la bollería.

Comida a la basura

No son los únicos casos. Los hay peores.

Hay muchos alimentos que no tienen alternativas competitivas al consumo directo. También puede ocurrir que un alimento haya sufrido un daño en la cadena de transporte. Y en muchos de estos casos la comida acaba directamente en la basura.

Y no es sólo una cuestión nutricional. También es un problema ecológico.

Vivimos en un mundo donde la producción de alimentos causa hasta un cuarto de todas las emisiones globales. Además es el factor principal en la erosión del suelo. Y por eso, para cuidar del planeta no conviene tirar una comida que tanto cuesta producir.

Soluciones posibles

¿Cuál sería la solución ante este desperdicio? No es un tema fácil de abordar.

Hay quien propone reducir el precio de estos alimentos menos vistosos o dañados.

Según algunos estudios sería la manera de hacer que más consumidores se decidieran a comprar estos alimentos. Y, además, muchos de ellos tienen un alto valor alimenticio y no están al alcance de todos los bolsillos, por lo que sería una buena fórmula para favorecer la salud de las personas más desfavorecidas.

Es una de las conclusiones de una investigación española respecto a la compra de patatas, que según reza el artículo publicado en la revista Sustainability, es «el producto que más se desperdicia en la cadena alimentaria».

Pro las cosas nunca son tan sencillas. Y para muchos analistas este movimiento podría provocar una bajada general de los precios, lo que resulta inaceptable para un sector que ya vive ahogado.

El campo lleva muchos años sufriendo. Cabe recordar que en la recogida de cítricos en la temporada 2018-2019 en España, gran parte de la fruta se quedó en el árbol. Y la razón era tan simple como que los precios de venta no alcanzaban ni para pagar a los recolectores. Y no es una forma de hablar, sino una realidad.

Otra solución que se ha planteado es intentar cambiar la opinión de los ciudadanos sobre estos alimentos, y que los consuman tranquilamente.

Pero si ya es difícil convencer a todos de que las vacunas son mejores que la enfermedad, imaginemos cambiar sus hábitos de consumo y conseguir que coman cosas feas.

¿Y si comemos más de lo nuestro?

Ante esta dificultad, quizás lo mejor que podría hacerse es comprar productos propios.

Volviendo al caso de las naranjas, el origen de la caída de precios es el mismo que infunde el temor de la mancha negra: la importación de fruta desde países extranjeros.

La importación cada vez mayor de naranjas de otros continentes, principalmente desde el sur de África, aumenta el riesgo de aparición y difusión de esta enfermedad en nuestro país. Allí la enfermedad está ampliamente difundida y muchos de los cargamentos que llegan a nuestro continente están infectados.

La compra desde estos países está relacionada con la estacionalidad.

Gracias a la globalización podemos comer naranjas frescas en agosto. Pero al mismo tiempo son naranjas con un precio más competitivo. Son producidas con mano de obra más barata y sin seguir los estándares de la Unión Europea en materia de pesticidas y herbicidas.

La consecuencia directa es que a los naranjeros de Europa no les queda más remedio que bajar su precio.

En definitiva, la mancha negra no es una enfermedad «grave». Pero con el modelo actual provocaría grandes daños económicos en la industria naranjera, por lo que debe evitarse a toda costa la llegada del hongo a nuestro país.

La vigilancia debe ser muy estricta para evitar que entren naranjas infectadas, de la misma forma que debe hacerse con cualquier otro producto que pueda hacer peligrar la producción primaria de un país.

Pero en un mundo donde aún hay hambre, donde muchas personas tienen problemas de salud por desnutrición o carencias alimenticias importantes, con faltas de vitaminas y nutrientes necesarioses fundamental que evitemos tirar comida.

Las naranjas no son más que un ejemplo de esta irracionalidad. Vale la pena reflexionar sobre si los problemas actuales son tales o si, haciendo las cosas de otra manera, se desperdiciarían muchos menos alimentos y tendríamos mejor alimentadas a las personas, con la consecuente mejora de la salud y los muchos beneficios que ello nos aportaría.