Apenas ofrece variantes respecto a las entregas anteriores, salvo que en esta última el desfile de fantasmas de toda índole alcanza niveles de récord, yes más de lo mismo de una serie, Annabelle, que inició su andadura en 2014 y que confirmó, tras la más que aceptable acogida en taquilla, que elegía la vía de la saga en 2017 con Annabelle. Creation.

La mayor novedad es que el creador del personaje y guionista Gary Daubermanse encarga también de la dirección y lo hace, eso sí, con conocimiento de causa, recogiendo el testigo de los realizadores precedentes, John R. Leonetti y David F. Sandberg.

De todos modos, esta vertiente del terror es bastante tramposa y además de multiplicar los efectos visuales se vale de los sustos y de los sonidos estridentes, bien sean gritos, sirenas o golpes de efecto, para impactar en el público. Digamos que hay una cierta tendencia al masoquismo aunque con la garantía de que no llegará la sangre al río. Pese a ello, por mucho que se garantiza la seguridad de las víctimas nunca se consigue plenamente. En caso contrario es obvio que se frustraría parte del suspense que es un reclamo vital.

La cosa, ya puestos, se inicia con la plena convicción de los demonólogos Ed y Lorraine Warren de que lo peor ha pasado y que las criaturas malignas no volverán a destruir los sueños que han infestado de criaturas terribles y siniestras el entorno más íntimo de Annabelle. Así, al menos, lo han expresado a sus padres. Y han tomado medidas para hacerlo efectivo, entre otras depositar la inquietante y macabra muñeca en una habitación blindada. Todos piensan que con ello todo la colocan «a salvo» en una vitrina sagrada bendecida por un sacerdote.

Pero una terrorífica noche Annabelle despierta a los espíritus malignos de la habitación que descubren un objetivo diferente y más que sugestivo: la hija de diez años de los Warren, Judy, y sus amigas.