Un estimable intento por captar la esencia de una de las novelas de aventuras más emblemáticas del siglo XX, Colmillo Blanco, escrita por Jack London y editada en 1906, que llega a las pantallas en su primera versión de animación digital. Muy popular por sus adaptaciones con personajes reales, las más conocidas de las cuales son la de 1936 de David Butler, la de 1973 de Lucio Fulci y la de 1991 de Randal Kleiser, su nuevo formato ha constituido un reto para el director luxemburgués Alexandre Espigares, que ha efectuado un meritorio debut después de haberse hecho con el Oscar al mejor cortometraje em 2014 por Mr. Hublot.

Lo más interesante, con mucho, es la perfecta fusión de elementos específicos de la naturaleza, retratando de forma muy llamativa los bellos bosques del Yukon, en el noroeste de Canadá, con los planos dedicados a los perros lobos que luchan contra la nieve, el viento y el frío en lugares semisalvajes.

El protagonista de la historia es un pequeño cachorro que se ha extraviado de la manada y que debe hacer frente en solitario a duras pruebas de resistencia. Primero pierde a su madre y después al resto de los animales que tiran del trineo.

Por suerte, con su fuerza y su bravura, propias de su lucha en solitario contra la adversidad, conseguirá reunirse con sus compañeros, causando la admiración del jefe de la expedición, Castor Gris, que tiene muy claro que el todavía pequeño animal, al que llama Colmillo Blanco, tiene enormes posibilidades de convertirse en un gran perro lobo. Antes, sin embargo, de demostrar sus virtudes deberá hacer frente a unos tipos sin escrúpulos, liderados por Beauty Smith, que se valen de la inocencia y de la nobleza de los animales para emplearlos en crueles peleas clandestinas en las que corren grandes cantidades de dinero. Con una combinación del sistema del Motion Pictures y la animación tradicional y unos preciosos parajes naturales se completa la factura visual de un largometraje más que correcto.