Mejora algo los resultados de sus películas precedentes, las mediocres Aeon Flux (2005) y Jennifer`s body (2007), pero la norteamericana Karyn Kusama todavía está lejos de ser la directora convincente y notable que vimos en Girlfight, su vibrante opera prima. Es verdad que ha sido muy ambiciosa en sus objetivos y ha intentado romper los signos convencionales y tópicos del thriller, valiéndose para ello de una Nicole Kidman que se esfuerza en una labor compleja y nada agradecida y de una ambientación en el entorno de Los Angeles en las antípodas de la tarjeta postal, pero no termina de aportar a los personajes la dimensión humana y real que precisaban. De ahí que deje un sabor de boca poco agradable vinculado a lo duro y tremendo de unas imágenes sumamente agresivas.

El mayor obstáculo que se cruza en el camino de Kusama para forjar una buena película hay que buscarlo en una dirección que no aporta la coherencia necesaria a un guion que no se ha pulido con la necesaria precisión. El uso y abuso de las vueltas atrás no solo resta intensidad a la trama sino que amortigua de forma considerable la estructura dramática. Es más, da la impresión de que no ha logrado hacerse con todos los resortes de una cinta que resulta en ocasiones confusa. Y aunque Nicole Kidman haya sido nominada a los Globos de Oro, hay que tener en cuenta que en su estimable labor tiene un peso destacado una caracterización muy cuidada que debe mucho al maquillaje.

Investida en el cometido de Erin Bell, Kidman intenta dar vida a una inspectora de policía que vuelve a la zona de Los Angeles años después de que sufriera un serio fracaso como agente encubierta, por su excesiva vinculación a grupos marginales del submundo de las drogas, para encontrarse con una hija adolescente, Shelby, que sigue totalmente alejada de ella en todos los aspectos. Es una dura prueba que le lleva a moverse en dos planos opuestos, el de la específica labor policial que ampara la corrupción y el de la madre que está decidida a todo para rescatar a su hija del infierno. Es la excusa para entrar en un panorama demoledor y trágico que solo en ocasiones depara momentos satisfactorios.