Es una garantía de futuro, una película que demuestra cualidades imprevistas en una ópera prima, escrita y dirigida por Ofir Raul Grazier, que en su presencia en festivales internacionales ha acumulado premios en los de Jerusalén, Karlovy Vary y Miami-Judío y que fue invitada al certamen de San Sebastián. Porque si algo queda patente es que la definición de los personajes y la sensibilidad que demuestra el cineasta para mostrarlos al público en su verdadera esencia dramática requieren de una exquisita mano de obra.

Especial interés tiene la lucha de identidades que se produce al combinar en la historia judíos y gentiles, con un cuadro de personajes que están perfectamente encajados en su universo particular.

La historia arranca en Berlín, mostrada con signos inequívocos de frialdad y con esquemas prefabricados, donde se hace eco de la relación sexual que viven un joven repostero que se ha convertido en un experto en repostería, Thomas, y un judío que visita la ciudad a menudo por sus obligaciones laborales, Oren. Cuando este último muere a resultas de un accidente de tráfico, Thomas opta por no resignarse y se traslada a Jerusalén para conocer a su familia, su esposa y sus dos hijos. Lo hace, por supuesto, ocultando los vínculos que les unían, pero entrando tan de lleno en su ámbito íntimo que se convierte en empleado de Anat, la viuda.

A partir de esta realidad fluye, de forma inevitable y esperada, una solución que puede ser discutible por estar un tanto forzada, pero que se refuerza con el magnífico trabajo de los actores y con una factura dramática solvente.

De este modo, el contraste entre la actitud más cerrada e intolerante de los judíos choca con la más abierta y liberada de prejuicios de los que no lo son, definiendo un panorama que puede albergar algún reparo, sobre todo que Anat no se percate de la identidad sexual de Thomas. Cuestiones a tener en cuenta que certifican un producto con ingredientes de peso.