Un puro y delirante ejercicio de violencia, sadismo y crueldad que contiene algún momento formal aceptable, pero que no puede superar el complicado escollo de un escenario prácticamente único y de un rodaje casi en tiempo real.

Este debut en el largometraje del director Pedro C. Alonso, autor de dos cortos elogiados por un sector de la crítica, La teoría del espejo y Ver con los (propios) ojos, no ha estado al nivel de lo esperado, fruto en ocasiones de un discutible toque de narcisismo. Responsable de numerosos spots publicitarios, ha filmado Feedback en inglés y ha contado con un actor, Eddie Marsan, de cierto prestigio que puede vender la cinta en algunos mercados internacionales.

Convencido de que ha rodado un producto al que le va la etiqueta de social horror thriller, Alonso no ha escatimado recursos para dotar a la cinta de la máxima agresividad a partir de un comienzo que pone las cosas en su sitio. Porque no necesita de prólogo alguno para situar las cosas en su sitio: dos individuos con máscaras irrumpen en el despacho del periodista Jarvis Dolan, muy popular por su programa nocturno que apasiona a los londinenses, decidídos por todos los medios a hacerse con unos documentos que sacarían a la luz pública un escándalo de notables repercusiones.

Entramos ya, con armas de fuego y también blancas, en un terreno explosivo en el que todo cabe y en el que la crueldad rompe barreras.

Eso sí, como se emite un programa en directo, hay que hacer las cosas de forma que nadie puede descubrir que todo está manipulado.

El campo de batalla no es otro que el original y sorprendente edificio en el que el protagonista desarrolla su actividad profesional, en el que también tiene cabida, para su desgracia, su propia hija. En este laberinto que va a regarse con sangre cabe toda la maldad que pueda uno imaginarse, aunque haya que recurrir al tópico de la pesadilla para justificar situaciones de un morbo extremo. En fin, las cosas se podían haber hecho bastante mejor.