Está basada en una historia real, la que vivió el jefe de Peugeot de Francia Christian Stieff y aunque ha sido modificada en diversos aspectos para que recibiera el visto bueno del propio protagonista, mantiene los puntos esenciales de la misma. El mayor acierto del director, un Herve Mimram que firma con éste su tercer largometraje, primero que vemos en Espala porque los dos primeros, Tout ce qui brille y Nous York, pasaron de largo de nuestras pantallas, ha sido el de abordar un asunto dramático y delicado con un considerable sentido del humor.

Su virtud es que nunca se desvirtúa el verdadero sentido de las imágenes, lo cual contribuye a aportar a los que vemos un acento de auténtica comedia dramática. Es obvio que el director es el principal responsable de esta ingeniosa y loable operación que conlleva casi una mutación de género, pero no hay que dejar de lado a un actor, el casi siempre brillante Fabrice Luchini, que aporta una frescura impagable a la cinta. El director, además, ha jugado con un ingrediente fundamental, ya que conocía a Stieff y tenía una sólida base para darle la mayor credibilidad. Es un tipo alienado por el trabajo y entregado por entero a sus funciones profesionales, que apenas tiene contacto con una hija que busca en vano el consejo y el cariño de su padre.

Y algo parecido le sucede con su esposa, que es consciente de que no puede hacer nada por involuclarlo más en la familia. Es así, en este estado de cosas, como Alain sufre un ictus que a pesar de no ser extremadamente grave, le ha afectado solo a la memoria y al habla, le impide hacer frente a sus responsabilidades como si nada hubiera pasado. Con un hándicap semejante y a pesar de que intenta por todos los medios seguir adelante, el panorama que tiene a su alrededor le obligará a rendirse ante la evidencia. A destacar, por último, la excelente antología de canciones de décadas pasadas, sobre todo de los sesenta y setenta, que acompañan la trama.