Renueva por completo el contenido del cine vinculado a los estudiantes, renunciando a todo aquello que suena a barrabasada estudiantil para dejar paso a un relato, con algunos toques de humor pero en el que el drama se cotiza al alza, en el que atrae por encima de todo el enorme esfuerzo de unos jóvenes aspirantes a médicos.

Un esquema propio de tiempos pasados con un sabor a nostalgia. Son dos muchachos, Antoine y Benjamin, que han estrechado los lazos de amistad y de colaboración con soluciones que hay que elogiar como se merecen.

Hábil y eficaz diseñador de la comedia dramática, Lilti deja muy claro que está en condiciones de contar los elementos que tienen un peso específico, sin caer en tópicos o en desmanes innecesarios.

Es con estos recursos con los que bebe en las fuentes más originales y notorias de la especialidad, llegando hasta el fondo en su análisis. Lo hace, por otra parte, desterrando los guateques, los bailes y las bromas pesadas, que ni siquiera llegan a intuirse, y sin añadir ni una sola gota de sexo.

Esta ultima decisión, sorprendente, es la que más llama la atención de esta «contra revolución» en toda regla. Y lo que todavía cambia más el panorama, no hay atisbo alguno de romanticismo, que parecía una baza oculta bajo la manga, y los indicios que apuntan en una dirección sexual nada convencional se diluyen como un azucarillo de forma radical.

Un signo de coraje y de talla profesional que llega de la mano de un cineasta, Thomas Lilti, que ha dado muestras de su buen hacer tanto en la comedia como en el drama, subrayando su iniciativa para ceder el paso a una filmografía reducida de solo cuatro largometrajes, en la que destacan Hippocrate y Doctor en la campiña.

Aquí se permite el lujo de reflexionar sobre la lealtad y la amistad, motivos por los que fue nominada al mejor guion y al mejor actor revelación en los premios Lumiere