Entre la cirrosis y la sobredosis andaba siempre la princesa Leia. La actriz Carrie Fischer falleció ayer tarde, hora española, a los 60 años en el UCLA Medical Center de Los Angeles, donde estaba ingresada a consecuencia del infarto que sufrió en un avión en Nochebuena. Esta mujer de lengua afilada, diagnosticada de bipolaridad, adicta confesa a las drogas, al alcohol y a las clínicas de desintoxicación, deja este mundo para ascender a la galaxia de las estrellas del cine, convertida en un icono de la cultura popular gracias a su papel de Princesa Leia en la saga Star Wars de George Lucas.

Aquel día, niños y adolescentes españoles descubrieron boquiabiertos un universo inédito que fascinaba al mundo entero. La Fuerza empezaba a estar con ellos. Eran los primeros movimientos de una implacable máquina de facturar millones a través de películas y merchandising: solo aquel primer filme -el llamado Episodio IV- es el segundo más taquillero de la historia.

Aquel día también descubrimos a Carrie Fischer en el papel de Leia, la única chica en una historia de padres e hijos, maestros y discípulos. Leia entre androides y espadas láser, virgen y mártir, como para una primera comunión y sin sujetador, pues Lucas sentenció que en aquella galaxia tan lejana no existía tal armazón. Leia iba sujeta con esparadrapo. Aunque tenía genio y mando en plaza, parecía un ángel del espacio exterior. Pero la procesión iba por dentro. Fue Leia con 20 años, pero antes fue la princesa destronada de un hogar desestructurado: hija de una madre ausente, la actriz Debbie Reynolds, y del cantante Eddie Fischer, que se las piró muy pronto para encamarse con Liz Taylor. La nena ya había fumado su primer porro de marihuana a los 13, en su casa del árbol, y a los 19 tuvo su primer mal viaje. En el rodaje del Episodio IV se lió con Harrison Ford (casado, dos hijos) y, además de engancharse del cínico Han Solo, ya estaba colgada de unas cuantas sustancias. Quienes no sabían de qué iba realmente la princesa, empezaron a intuir algo cuando la vieron comparecer en El retorno del Jedi con aquel diabólico bikini dorado que encendió todas las espadas láser de la galaxia.

Carrie nunca ha renegado de Leia, ni siquiera de la propia Carrie, que se casó con el cantante Paul Simon y mantuvo un año de matrimonio infernal que enterró así: "Reconozco que fui una puta". Lo mejor de la princesa -que luego se metió a escritora y, entre otras, firmó la novela autobiográfica Postales desde el filo (llevada al cine en 1990)- ha sido siempre su lengua. Sobre su trastorno bipolar decía: "Tengo demasiada personalidad para una sola persona e insuficiente para dos". Sobre su lucha contra las adicciones: "A veces solo puedes encontrar el paraíso cuando regresas lentamente del infierno". Sobre el hombre que la lanzó al estrellato y puso su cara en un negocio millonario: "Me convirtió en una muñeca pequeña. Y también en una botella de champú con la que la gente podía aplastarme la cabeza y extraer el líquido de mi cuello. La amabilísima gente de Burger King me transformó en un reloj. Y también soy una figura rara de Lego. Ahora hay incluso un sello, lo que es genial. Pertenezco a Lucas. Tanto que, cada vez que me miro en el espejo, tengo que enviarle dos dólares. Eso explica, en parte por qué es un hombre multimillonario".

Fischer tenía mucha Leia por interpretar ahora que Disney ha cogido las riendas del mayor negocio de la galaxia. La próxima aparición era en el Episodio VIII, que estaba previsto estrenar en 2017. No será de carne y hueso. Acaso la veremos de cuerpo presente digital. Pero ya no será la misma princesa, ya no será aquella princesa de la boca de fresa que tenía esa forma de hacernos daño. Ahora es demasiado tarde, princesa Leia.