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El chico que no dejó de creer

Nico Rodríguez, sobre su barco volcado en mitad de la ría. FDV

Nico Rodríguez, un producto del Náutico de Vigo, exprimió al máximo el sueño de ser olímpico. Estaba decidido a arrojar la toalla cuando una llamada de Jordi Xammar le cambió la vida

Hay llamadas que cambian una vida. La de Nico Rodríguez dio un vuelco en agosto de 2016 cuando estaba en una academia de Austria aprendiendo holandés. Solo un par de días después le esperaba un contrato para comenzar a trabajar como odontólogo en los Países Bajos. Su vida como regatista quedaba ya en segundo plano después de que no funcionase alguno de los proyectos que él había diseñado con la ilusión disparada. Era la hora de buscarse la vida con otra cosa. Y entonces sonó el teléfono. Era Jordi Xammar que le quería a su lado. Cinco años después de aquella conversación los dos se abrazaron emocionados, aferrados uno al otro, en el podio de Tokio. Todo había merecido la pena.

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Nico Rodríguez y Jordi Xammar ganan el bronce en el 470 de vela en Tokyo 2020 EFE, Reuters

Nico Rodríguez, como miles de vigueses, es un producto de la cantera del Náutico, de esas escuelas que han parido regatistas de toda clase y condición. En su caso tiene también mucho que ver que su familia tuviese cierta querencia hacia el agua. Su abuelo materno –que se ha perdido por poco tiempo el logro de su nieto ya que falleció hace poco más de un año–, era marino mercante y su padre tenía una pequeña embarcación atracada en el Náutico que utilizaba para entregarse su afición favorita, la pesca deportiva. Para él era muy cómodo dejar los fines de semana al pequeño Nico en la escuela de vela. Mientras él lanzaba la caña en la ría, el crío se aficionada a la vela con los pequeños optimist. Aquello germinó en él.

Construyó nuevas relaciones y la vela fue desplazando poco a poco al fútbol sala, que practicaba también con pasión. Con la pelota fue compañero de Thiago Alcántara en el equipo de Los Sauces. Pero la carrera deportiva de Nico Rodríguez no iba a girar alrededor de la pelota sino de las velas. De todos modos el fútbol siempre ha sido y será su compañero de vida. El Celta es otra de sus pasiones y Balaídos uno de los lugares en los que más feliz se ha sentido siempre. Estuvo junto a su hermano Miki y un grupo de buenos amigos en el germen de la animosa peña “Lío en Río” y siempre que puede acude al santuario de Fragoso a ver al Celta. No es de extrañar que uno de los amuletos en Tokio haya sido una bandera del equipo vigués con mensajes y firmas de amigos y familiares.

Nico Rodríguez, en su etapa de joven regatista del Náutico

Nico Rodríguez en su etapa de joven regatista del Náutico

Iago López Marra, que rozó la medalla en Tokio, y Nico Rodríguez.

Desencuentro

Pero antes de que empezasen a llegar los campeonatos de España la vela y Nico sufrieron un pequeño desencuentro que pudo estropearlo todo. Apenas tenía unos diez cuando se llevó un susto importante en un embalse en Portugal. Volcó la embarcación y bajo ella vivió un rato de verdadera angustia. Una situación delicada que se resolvió felizmente, pero que además de todo el agua tragada dejó en él una pequeña huella. Durante un tiempo no quiso saber nada de la vela ni del mar. Más de un año estuvo sin subirse a un barco. Esa etapa finalizó cuando las amistades nacidas en aquel entorno le arrastraron a superar cualquier miedo para regresar al mar. Y todo comenzó a funcionar. Nico Rodríguez se convirtió en una de las grandes esperanzas de la vela ligera gallega. Se vio claramente cuando ganó el Campeonato de España de optimista y después el de 420. Fue en esta última clase en la que Jordi Xammar y él mantuvieron una enconada pelea por ser los mejores de España. Ambiciosos, competitivos...rivalizaban en el agua, pero congeniaron bien fuera. En aquel momento no tenían la menor idea de lo que vendría. Después fueron llegando más clases y cada vez más complejas. El 49er, el 470… Nico estaba decidido a estirar todas las opciones de triunfar en este mundo. El Centro Gallego de Tecnificación de Vela de Vilagarcía fue su siguiente estación de paso. Entrenaba allí y estudiaba odontología en Santiago con una beca por ser deportista de alto nivel.

Nico Rodríguez en Balaídos antes de un partido del Celta

Nico quería ser olímpico y fue probando opciones, diferentes compañeros, en busca de esa pareja que consolidase su proyecto. Pero ninguno llegaba a su nivel de compromiso, de entrega, de esfuerzo. Después de licenciarse formó un equipo con el canario Nahuel Rodríguez. Primero alternaban entrenamientos en Galicia y Canarias, pero más tarde Nico hizo el esfuerzo personal de instalarse en las islas. Estaba dispuesto a cualquier cosa por perseguir ese sueño. Aquello le costaba mucho a nivel personal y económico. Por eso en Canarias entrenaba por las tardes mientras trabajaba por la mañana como odontólogo. Para completarlo los fines de semana daba clase de vela en el club. Y aún así la familia tenía que ayudarle. Aquello estaba claro que tenía una caducidad, que no podía durar eternamente. El equipo en el agua no fluía como debía y la situación era imposible de sostener. Desde Vigo también le hacían ver que la aventura no iba hacia ningún lado.

Nico junto a Xammar tras un Mundial

Con todo el dolor de su corazón Nico entendió que era el momento de aparcar el sueño de su vida. Y se preparó para abrir un nuevo capítulo. La vela sería un segundo plato. Lo primero era encontrar un medio donde ganarse los garbanzos y decidió marcharse a Holanda. La empresa que le quería contratar le envió a Austria en verano de 2016 con el fin de recibir formación que incluía aprender holandés. En esas estaba cuando vio a Jordi Xammar en los Juegos de Río. Al catalán las cosas no le habían ido como esperaba con Herp y la pareja después de la experiencia olímpica decidió separar sus caminos.

El catalán, una cabeza que siempre está dando vueltas y planificando cosas, empezó a pensar en un nuevo compañero que le llevase a Tokio con esperanzas de pelear por una medalla olímpica. Y pensó en Nico Rodríguez, aquel gallego contra el que llevaba casi toda la vida compitiendo. Y marcó su número para hacerle una propuesta “que no podría rechazar”. El vigués le pidió un día o dos para reflexionar y se plantó ante los responsables de la empresa que le quería contratar en Holanda y les explicó aquello de que uno debe seguir persiguiendo sus sueños. Y eso hizo. Dio el “sí quiero” a Xammar y se subió al barco que les ha llevado, tras cinco años de brutal esfuerzo que incluía pasarse doscientos cincuenta días al año fuera de casa, a la medalla olímpica. Allí subidos, al podio de Enoshima, se dieron el abrazo que tanto tiempo habían imaginado.

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