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Juegos olímpicos

“Hombre de oro, medalla de plata”

Los amigos de Rodrigo Germade dan una sorpresa al palista en su parroquia natal. “Ellos sienten mejor que nadie estos triunfos. Saben por lo que hay que pasar”

Rodrigo Germade, mostrando su medalla de plata. | // FOTOS: PABLO HERNÁNDEZ

Conducía el coche Carlota. Atrás iba su hija pequeña y de copiloto un Rodrigo Germade que se bajaba del vehículo en la carballeira de Darbo con un rostro de asombro. No se esperaba este recibimiento por parte de sus amigos y familiares, pero empezaba a entender las prisas que tenía Carlota por llegar a Cangas. En vez de dirigirse a casa de sus padres, su pareja condujo hasta la carballeira de Darbo con la excusa que allí lo esperaba su amigo de alma, Marcos, que había ido hasta el cementerio de la parroquia. En la entrada de la carballeira, que había pisado tantas veces cuando acudía de romero a la fiesta de ésta, su parroquia, una pancarta recibía al medalla de plata olímpica en K-4 500. En ella se podía leer: “Una persona de oro con una plata olímpica”.

Rodrigo Germade mostrando su medalla olímpica en Darbo. | // Pablo Hernández

Pero se hizo de rogar Rodrigo Germade. La previsión era que estuviera a las 20.45 en Darbo y llegó una hora más tarde. Pero como asegura su hermano Óscar, que trabaja en Madrid y llevaba un año sin verlo, nunca fue puntual. “Aunque lo supiera llegaría tarde”, manifiesta. Su madre, Josefa Barreiro (Fita) también acudió a esta cita improvisada, pero íntima. Ella llevaba desde el mes de mayo sin verlo. Pero aún así no hubo un fuerte abrazo. El protocolo del COVID se impuso y hubo besos con mascarilla. Su padre, José, no pudo asistir. Optó por quedarse en casa y cuidar a la abuela de Rodrigo, que tiene 97 años y una operación de cadera detrás, pero que amenazaba con presentarse en la carballeira de Darbo.

Rodrigo Germade con su madre Josefa. Pablo Hernández

Con la cara de sorpresa y aplaudiendo a sus amigos por el recibimiento, Rodrigo Germade se dejó bañar en champán y en confeti. Saludó uno a uno a todos, o eso pensó, porque después reconocería que de la emoción no sabía muy bien si se le había pasado alguien. Confesó que estos homenajes son los más sentidos, porque sus amigos más íntimos y su familia valoran más que nadie esa medalla conseguida. No por inesperado fue una recepción menos emotiva. Al contrario. En algún momento tragó saliva y no dudó ni un segundo en ir a buscar la medalla al coche para sacarse a foto con sus amigos y familiares. Eso sí, en silencio. Porque Rodrigo Germade es un hombre de silencios valorativos. Su amigo Marcos estudió con Rodrigo hasta segundo de ESO. Comenta que siempre fue un cabezota, pero que probó con todos los deportes. Jugó al Tenis en el Clubteca, al fútbol en el Alondras y al balonmano en el Frigoríficos. Lo recuerda como un buen estudiante, pero también como un joven traste, muy aficionado a pescar, aunque jura que jamás se ganaría dinero con esta afición, porque es mal pescador. No se olvida de que casi nunca faltó a la Romería de Darbo, aunque estuviese lejos. En el calendario deportivo le coincidía siempre muy bien, después de las olimpiadas y del mundial. Josefa Barreiro , aún ayer por la noche, rumiaba que su hijo había ido por el oro y su hermano Óscar, que acudió a la cita en compañía de su mujer y su hija Arlén, ahijada de Rodrigo, está convencido de que el k-4 de España es mejor que el de Alemania. Óscar aún guarda maneras de palista de aquella época en la que estuvo en el club de Rodeira otro olímpico gallego, Ramos Misioné.

Los amigos de Germande lanzan confeti a su paso. Pablo Hernández

Pero en la logística de la recepción estaban al frente la novia de Marcos, Rebeca Villar, Eva Nora y Arón Martínez. Llegaron al campo de la fiesta de Darbo a las 20.00 horas y estuvieron en permanente contacto telefónico con Carlota, que iba informando por dónde estaban. Desde Gijón, realizó una parada inesperada en Betanzos y por Bueu cogió atasco. El campeón olímpico llegó a la carballeira de Darbo a las 21.45 horas, cuando la noche se echaba encima y la nerviosa organización temía la ausencia de luz.

Rodrigo, con su madre y su ahijada , a la izquierda; y su hermano, su mujer y su cuñada, a la derecha. Pablo Hernández

El COVID-19 impidió otra cosa. Pero allí estaban los que tenían que estar. Pudo faltar alguno, que excusó su ausencia, pero eran los que Rodrigo Germade hubiese querido que estuvieran. No hubo protocolo ni nada fue forzado. Allí había sentimiento por “un hombre de oro que alcanzó medalla de plata”.

El abrazo de Rodrigo a un vecino.

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