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Necesitamos más luz (o por lo menos un foco bien puesto)

El rapero Pablo Hasél, detenido por la policía FDV

A veces, si el ánimo está en forma, resulta interesante escuchar los comentarios del respetable ante ciertas noticias. Pero, insisto, hay que ir con el humor tonificado, que en esas tertulias -por lo general tan iluminadas como la garita de una portera- suele parecer que no haya más oficio que estar al quite de todo lo que haga el vecino de al lado, ni otro beneficio que la indignación. Hipnotizados por la música, nosotros seguimos, cual portera de culebrón, más atentos a lo que hace el vecino que a lo verdaderamente peligroso: las amistades del casero. Así las cosas, no hay objetivo más codiciado por los grandes medios que el evidente: la gestión de nuestro cabreo.

De hecho, cualquiera diría que la incansable máquina de información es hoy por hoy más consciente que nunca de su verdadera razón de ser: el ejercicio de un interesadísimo cuarto poder. Lo preocupante está en que, de un tiempo a esta parte, la intención se ha vuelto tan burda y descarada que, rozando lo soez, ya apenas necesita disimulo. Un par de ejemplos:

La semana pasada, preocupado por el súbito gusto que Luis Bárcenas parecía haberle cogido a la cosa del canto, Pablo Casado decidió ponerse firme, declarando que ya no iba a responder a ninguna pregunta más relacionada con “esa persona de la que usted me habla”. Y, para que viésemos lo muy en serio que iba, anunció su medida estrella: la mudanza a una nueva sede, rompiendo para siempre con todo lo que representa el icónico inmueble de la Rúe del Percebe, número 13. Por supuesto, tamaña muestra de compromiso ético exigía una reacción mediática a la altura. “¿Ignorar semejante chorrada, y seguir reclamando las respuestas de alguien que, evidentemente, sí estaba allí cuando el saqueo se producía?” Ni mucho menos: lo que hicieron todos los grandes medios fue correr a retratar la famosa fachada de la calle Génova. Como si el edificio tuviese culpa de algo...

Como bien dice mi amigo Joan Grau, el problema está en el foco: la cosa ya no va de informar, sino de emplear todos esos recursos informativos como una herramienta con la que condicionar nuestra opinión -y en consecuencia nuestras decisiones- en la dirección que mejor convenga. Y así, los asuntos importantes acaban siendo aquéllos sobre los que esa maquinaria, verdaderamente nociva para cualquier mente ajena al pensamiento crítico, decide poner el foco. Por más absurdas e insostenibles que esas cuestiones sean en realidad.

Asuntos como el de Hasél, no hacen más que evidenciar un flagrante problema de libertad en España

Sólo así se explica lo de Pablo Hasél. Al margen de que muchos de sus planteamientos resulten tan simples como el mecanismo de un botijo y que su capacidad oratoria recuerde a la de Rajoy cuando dijo aquello de “es el vecino el que quiere que sea el alcalde el vecino...”, la realidad es que hoy hay otra persona en prisión por expresarse, en este caso diciendo algo sobre los Borbones que, por otra parte, sería fácilmente dilucidable con un par de libros de historia y cinco minutos de consulta en cualquier hemeroteca reciente. Al fin y al cabo, la realidad es la que es, y asuntos como el de Hasél, Valtònyc o La Insurgencia no hacen más que evidenciar un flagrante problema de libertad en España. Pero en lugar de eso ¿dónde se ha puesto el foco? ¿En el debate? ¿Quizás en la necesidad de revisar unas leyes cuando menos trasnochadas? Ni de lejos: en las revueltas. Justo cuando volvíamos a encontrarnos con ese incómodo elefante muerto en medio de la habitación, el de la sombra de cierta flaqueza democrática en España, el foco mediático volvió a encenderse. Pero, como siempre, en el lugar equivocado. En las llamas. En las cargas y en los adoquines. En toda esa furia tan interesante para ambas partes, desbaratando así una nueva oportunidad de progreso...

Al final, en esta ópera bufa que es nuestra sociedad, el personaje más importante no es ninguno de los interpretados por los actores. De hecho, ni siquiera está sobre el escenario. Tampoco son los músicos, ni los tramoyistas ni por supuesto nosotros, el público... No. En este lamentable sainete, quien de verdad les pone el rabo a las cerezas es el iluminador. El hombre en la oscuridad que, desde lo más alto, muy por encima de nuestras cabezas, mueve a su conveniencia el foco, decidiendo qué es lo que vemos en el escenario y, sobre todo, qué es lo que no veremos jamás. ¿Y no será nuestra responsabilidad exigir otra perspectiva? Que ya la realidad se encarga de hacernos atravesar nuestras peores horas, como para permitir nosotros que la máquina siga llenándonos la cabeza de ruido y oscuridad cuando lo que necesitamos ahora es justo lo contrario. Luz.

Al fin y al cabo, todo es siempre lo mismo: una cuestión de iluminación. De poner el foco sobre aquello que de verdad importa. O, cuando menos, de reclamarlo.

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