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La feminista que cerró burdeles

Ana Míguez, en su casa de Baiona Marta G. Brea

Juguetes distintos, obligaciones distintas, derechos distintos. Las diferencias que Ana Míguez percibió desde muy niña respecto a su hermano, con el que solo se llevaba once meses, fueron el origen de una conciencia que se fue fraguando y madurando a lo largo de los años hasta hacer de esta gallega una de las mayores defensoras de los derechos de las mujeres en España. Una mujer que luchó especialmente por abolir la prostitución. Y no desde un plano meramente teórico; Ana se enfrentó con valentía a los proxenetas, encaró amenazas, escondió en su propia casa a mujeres que lograron rehacer sus vidas y fue una voz crítica e incansable ante políticos y jueces.

Ana nació en Santiago en 1949 y era la mayor de cinco hermanos. Su padre trabajaba como funcionario de la administración, como conserje aduanas, y cuando ella tenía 13 años se trasladaron a Vigo.

“Mi padre era muy tradicional y machista pero mi madre, en cambio, era una adelantada de la época; tenía una academia de corte y confección y fue de las primeras en vestir pantalón en Santiago”

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Ya desde muy pequeña, Ana anhelaba los regalos y privilegios de los que gozaba su hermano y a ella le negaban. “Unas navidades a mi hermano le regalaron una pistola y a mí muñecas; me pareció tan mal que, por fastidiar a mis padres, me compré con mis ahorros una pistola con funda y martinicas”, recuerda. “Menos mal que siempre fui muy cómplice con mi hermano Julio”, añade con cariño.

En Vigo mandaron a Ana al colegio Niño Jesús de Praga y la santiaguesa no conserva buen recuerdo de aquellos años. “Un sábado fui con un traje de pantalón, estilo mao, y las monjas incluso trataron de expulsarme”. Continuó su educación en el instituto Santa Irene.

“Comencé muy joven a tener inquietudes en los temas referentes a la mujer”

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Tanto es así que con solo 17 años quiso trabajar en una fábrica de conservas para conocer de primera mano cuáles eran las condiciones de las mujeres. Logró que la aceptara Alfageme. “Cuando se enteraron de que militaba en los partidos de izquierdas me echaron”, cuenta, al tiempo que admite que no vio aquellos camastros en los que se decía que abusaban de las mujeres que querían promocionar.

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En aquellos años conoció al padre Seixas y, junto a un grupo de amigos, crearon el Grupo Cultural O Castro, que Ana presidió y que tenía entre sus objetivos introducir el gallego en los ámbitos culturales y religiosos.

La militancia en la UPG fue breve. “Nos plantearon a las mujeres que si en algún momento para lograr los objetivos teníamos que ceder, incluso sexualmente, deberíamos hacerlo. Fue tan escandaloso que me fui”, justifica Míguez. Después se unió al Partido Comunista Marxista Leninista (PCE M-L), donde militaba también Lidia Falcón. Tampoco fue larga su pertenencia a este grupo. “Tuvimos una reunión en Francia y Lidia nos reunió a las mujeres y nos dijo: `¿Qué hacemos aquí si esto es puro patriarcado y el feminismo no les importa nada?’. Yo le hice caso y me fui”. El futuro estaba en organizarse ellas mismas.

Estudió Graduado Social entre Vigo y Santiago y al terminar, a los 22 años, se independizó. La decisión de irse de casa no fue dulce, sino que tuvo una carga dramática importante. “Me enamoré profundamente de un íntimo amigo de mi padre, Celso, el pediatra de mis hermanos, un hombre separado y con hijos, y eso causó un escándalo en mi casa terrible, incluso en la sociedad viguesa, así que me fui de casa y estuve varios años distanciada de mis padres”, relata Ana.

Lejos de lo que podría parecer, este amor no fue un simple capricho de juventud. Asegura Ana que realmente se amaban y la relación duró 9 años y tuvieron un hijo.

A los tres meses de terminar la carrera, en 1972, Ana comenzó a trabajar en el Grupo de Empresas Álvarez, en el departamento de Asuntos Sociales, una época que considera “de las más felices de mi vida”. “Tuve la oportunidad de hacer muchas cosas por las mujeres de Álvarez. Además de conseguir que contasen con guardería gratuita, organicé charlas en todas las fábricas sobre anticonceptivos, que estaban prohibidos en ese momento”. Su marido Celso y su amiga Celia Miralles, también médica, la apoyaban en esta tarea impartiendo los cursos.

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Esta labor no estuvo exenta de polémica. “La policía me citó varias veces y más tarde llamaron a Moisés Álvarez, el dueño de la fábrica, para advertirle sobre mis actividades. Él me pidió explicaciones y yo le dije que teníamos un problema de absentismo terrible a causa de los embarazos y que la única forma de atajarlo era proporcionarles esta información, con lo que quedó encantado y me permitió continuar”, relata la feminista con una pícara sonrisa. Llegaron a tener un fondo económico importante para ayudar a las mujeres que querían ir a abortar a Londres y una perfecta organización. “Ayudamos a muchas mujeres, que eran unas valientes”, recuerda la activista con orgullo.

Junto a Celso, Ana viajó a México y participó en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1975, un encuentro que abrió los ojos de la activista en muchos aspectos.

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En 1980, Ana se marchó de Álvarez, se separó de su marido y montó su propio despacho de asesoramiento de empresas. Al mismo tiempo, se había ido vinculando a asociaciones feministas y, junto a Lola Galovart, decidieron que había llegado el momento de hacer algo más pragmático y montar una organización donde abrieran casas de acogida. A ellas se unieron Celia Miralles y otras compañeras y, juntas, construyeron los cimientos de Alecrín, que vería la luz en 1984. 

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“Nuestra prioridad fue abrir el primer Centro de Información de los Derechos de la Mujer que hubo en Galicia y recopilamos material para la biblioteca, que fue uno de nuestros grandes tesoros”, destaca. Con el apoyo de la entonces concejala María Xosé Porteiro, abrieron una casa de acogida para mujeres maltratadas que gestionaron desde la asociación. El dinero que entraba por la casa les permitió abrir el primer Centro Xove de Saúde Sexual y Anticoncepción. Más tarde gestionaron la Casa de Acogida de Santiago y abrieron otro centro de información en la ciudad compostelana. Contrataron empleadas pero, advierte Míguez, “la junta directiva nunca cobró de Alecrín, estaba prohibido por nuestros estatutos”.

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Más adelante dieron un paso más y se volcaron en el mundo de la prostitución. Crearon un Centro de Información para mujeres Prostituidas y luego empezaron a trabajar con la unidad móvil que les brindó el Ministerio de Igualdad. “Nuestra idea era ambiciosa: entregábamos preservativos en todos los clubes de alterne y así teníamos la oportunidad de hablar con las mujeres y conocer sus historias y las condiciones en las que vivían. Ayudamos a algunas a escapar y refugiarse en un piso de acogida. Casi todas eran extranjeras y habían sufrido muchísimo”, cuenta la activista. Ana recuerda muchas historias, como la de una mujer que escapó gracias a su propio proxeneta, que acabó casándose con ella. O la de una brasileña que consiguieron enviar de vuelta a su país y que se reencontrarse con sus hijos. A alguna incluso alojó Ana en su propia casa. También recuerda la lucha que tuvieron para que encarcelaran al violador de una niña, hija de una prostituta de la Herrería. “La policía no nos hacía caso y un día lo cogimos entre varias, lo metimos en el coche, lo desnudamos y lo soltamos por Urzáiz. Llamamos a la policía y le dijimos que ahora sí que no podía escapárseles”, relata. “Era la única forma que teníamos de llamar la atención; si el movimiento feminista no hubiera hecho cosas así, es posible que no hubiéramos conseguido casi nada”, justifica Míguez

"Ninguna mujer quiere ser prostituta, ni siquiera las de lujo, que lo hacen por cuenta propia”

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Contaban además con la colaboración de un grupo de abogados gracias a los que consiguieron cerrar varios clubes de alterne. “Ninguna mujer quiere ser prostituta, ni siquiera las de lujo, que se prostituyen por cuenta propia”, advierte Míguez, recalcando su posición abolicionista.

Uno de los grandes hitos de Alecrín fue que la Conferencia Mundial de la Mujer de Pekín, en 1995, incluyera en sus conclusiones finales su propuesta de reconocer el acoso sexual en el ámbito laboral como una forma más de violencia de género. “Era un momento en que no parábamos de llevar al juzgado temas de acoso sexual y solo perdimos un caso”. En estos éxitos, Míguez agradece la sensibilidad que mostró el juez Fernando Lousada.

Mientras, la vida personal de Ana siguió nuevos caminos. Se casó con Xan Traba, militante de Esquerda Galega, y tuvieron una niña, Carlota. Ana no puede evitar emocionarse al recordar que hace justo quince años que su marido falleció tras un cáncer “que le devoró en solo seis meses”.

Alecrín tuvo el acierto de trabajar con mujeres de diferentes partidos. “Con las del PSOE, por supuesto, pero también con las del PP, como Corina Porro, María Jesús Sáinz… todas eran abolicionistas”. Finalmente, fue con el gobierno del BNG en 2009 cuando la asociación se vio obligada a cerrar, tras 24 años de lucha. “Alecrín era muy deseada por todos los partidos, pero nosotras no queríamos pertenecer a ninguno. Estábamos haciendo un trabajo importante para la sociedad gallega pero el Bloque quería hundirnos: nos sacó la casa de acogida, las subvenciones, y empezamos a tener muchas deudas hasta vernos obligadas a cerrar”, resume su presidenta.

Desde que se jubiló, Ana lleva una vida “muy tranquila y pacífica” entre Vigo, Fisterra, Baiona y Santiago, donde aún conserva familia. “Leo mucho, escribo algunas veces, paseo a mi perra y paso tiempo con mi nieto”, describe. Pero no ha desconectado del todo de la lucha feminista, ya que sigue perteneciendo a la Organización de Mujeres contra la Prostitución en Madrid. “Mi gran frustración sigue siendo la prostitución, no veo que sea un debate que realmente importe y se va a tardar en lograr la abolición”, lamenta.

Sin embargo, se enorgullece al ver a las jóvenes feministas que acuden a las manifestaciones. “Ya se ha recorrido una parte del camino muy difícil y ahora está en sus manos obligar a que se cumpla la ley de igualdad”, concluye.

 

Las pioneras: Concepción Arenal, la visitadora de cárceles

Concepción Arenal (Ferrol, 1820- Vigo, 1893) fue la pionera del feminismo y de la educación de la mujer en España.

A los 8 años perdió a su padre, un militar liberal que se opuso a la monarquía de Fernando VI. Entró en una escuela para señoritas y sus inquietudes intelectuales le llevaron a comenzar Derecho en Madrid, para lo que tuvo que vestir con ropa de hombre, pues la Universidad estaba vedada a las mujeres. Escribió poesía, teatro y novela. Comenzó a escribir en el periódico La Iberia cuando su marido, Fernando García Carrasco, cayó enfermo y ella escribía los artículos con la firma de él.

Concepción Arenal (Ferrol, 31 de enero de 1820-Vigo, 4 de febrero de 1893), en su imagen más conocida. A la izquierda, monumento a Concepción Arenal en Pereiró. FdV

En 1863, Concepción se convirtió en la primera mujer que recibió el título de Visitadora de Cárceles de Mujeres. En 1868, fue nombrada Inspectora de Casas de Corrección de Mujeres y tomó conciencia de la desigualdad de la mujer, que plasmó en cantidad de ensayos.

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