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GALICIALA VÍA LÁCTEA DE LA SAUDADE (X)

Mondoñedo, donde las nieblas hablan latín

De izq. a dcha.: vista del cementerio de Mondoñedo, la estatua de Cunqueiro contempla “su” Catedral y el espantapájaros que “vigila” Mondoñedo Alfonso Armada

Hacer un pantano tiene consecuencias. Cortar el flujo natural del agua tiene consecuencias. Tomar conciencia de la vida tiene consecuencias. Asumir la propia mortalidad tiene consecuencias. Empezar un cuaderno en Mondoñedo, donde el tiempo tiene tratos con Albert Einstein y Álvaro Cunqueiro, tiene consecuencias que uno no calibra hasta que ha entrado en una dimensión desconocida. Y más cuando vuelve a cometer la imprudencia de quedarse dormido vestido, pero sin abrigo, sobre la cama sin deshacer y para colmo con las contraventanas que oscurecen la realidad para que entre el sueño abiertas de par en par, y sabiendo además que la ventana de la habitación 102 del hotel Padornelo da al cementerio donde Cunqueiro duerme un ligerísimo sueño eterno.

Cuando nació, Mondoñedo (recuerda José Besteiro en su entusiasta, minuciosa y a veces desesperante biografía y autobiografía, Un hombre que se parecía a Cunqueiro) “era a la vez una villa señorial y labriega, carecía de tren y tampoco existía ninguna emisora de radio en la comarca, entre otras cosas porque el invento de Marconi no había llegado a España todavía, de manera que la ciudad, una de las siete capitales del antiguo Reino de Galicia, permanecía virgen en su aislamiento y pasaba por ser una de las aldeas más grandes, más aisladas y más bonitas de Europa. El viajero sentimental puede dudar, sobre el mapa de Galicia, por dónde entrar en las tierras de Miranda que vieron nacer a Cunqueiro. Si una noche de invierno un viajero toma la autovía que va de Vigo a Oviedo, y hay niebla, seguramente pase de largo, pues los ingenieros que trazaron la autovía tuvieron la discutible idea de llevarla por el alto donde hay más niebla a lo largo del año”. ¡Cómo no van a hablar las nieblas y las campanas en latín, si todo aquí parece una explícita conspiración de la saudade!

Nada más dejar la maleta fui a completar la misión que yo mismo me había encomendado, y que fue la misma que acometí en Motril con Juan Ramón Jiménez, o en Monóvar con Azorín. Ver cuánta es la devoción de los mindonienses por el señor Cunqueiro, en qué altar lo veneran, si lo mantienen vivo bebiendo sus palabras. Por ahora el resultado está resultando francamente descorazonador. ¿Cómo quiere la gente vivir verdaderamente si no lee?

La estatua de Cunqueiro contempla “su” Catedral.

La estatua de Cunqueiro contempla “su” Catedral. Alfonso Armada

Nada más encarar la primera rampa mindoniense interpelo a tres mujeres que caminan sin prisa. Magdalena nació en Ribadeo. Dice que su marido sí que leía a Cunqueiro; ella no. Hilda sí que lo ha leído, y le gustaba mucho, sobre todo Merlín e familia. Maribel no lo ha catado, pero como sus compañeras de paseo habla bien del escritor. Hilda, que no aspira la hache, dice que era “un gran escritor, no como uno que se dedicó a minusvalorarlo. Era una persona muy querida en Mondoñedo”. Dejo a mis tres gracias que sigan pasiño a pasiño hacia su destino y trato de encontrar su tumba donde creía haberla dejado la última vez que lo visité. Pero no di con ella. No está donde la recordaba. Sopla un viento fresco, del singular verano gallego como Dios manda, que pide rebeca al atardecer, y manta liviana para conciliar el sueño sin demos ni trasgos. Pido orientación a un grupo de tres chicos y una moza que pasan la tarde del sábado entre teléfonos y alguna ayuda extra. Tres reconocen que lo estudiaron en el bachillerato, pero admiten de buen grado que no leen.

Vista desde el cementerio

Vista desde el cementerio Alfonso Armada

Cae la tarde y con ella una lluvia que más que verse se intuye, como si fuera seda líquida, tan sutil que no dejaría huella en el plumaje de un mirlo de Aquisgrán ni de Lorenzana. Los rapaces matan el tiempo en el llamado Parque da Lembranza, trazado en recuerdo de Cunqueiro, Manuel Leiras Pulpeiro y Pascual Veiga. Besteiro cuenta en su biografía de Cunqueiro, que malogra porque la alarga más de la cuenta para contar demasiado de sí mismo y no ponerlo todo al servicio del autor de Un hombre que se parecía a Orestes, que “la imaginación fue la principal herramienta de trabajo del señor de Mondoñedo. ¿Y qué es la imaginación para Cunqueiro? Recordar lo que no ha pasado. A ellos consagrará su vida desde que, siendo niño, los profesores le dicen a su madre que a Álvaro le sobra imaginación”. La invención como forma extraordinaria de conocimiento.

La dependienta de A Coqueta (mercería y complementos) es de Lugo, pero lleva veinte años en Mondoñedo:

—No leí nada de él. Pero es que no me gusta leer en gallego.

—Pero está traducido al castellano. (Le recomiendo Merlín y familia para abrir boca).

—Muy bien.

"Tres curas concelebran misa en la catedral. Hay más gente en los bares que sitian el templo y merodeando que rezando, o haciendo que rezan"

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Tres curas concelebran la misa de las 19:30 en la catedral. Hay más gente en los bares que sitian el templo y merodeando que rezando, o haciendo que rezan. Apenas veinte fieles. De ella escribe Ramón Otero Pedrayo: “Es interesantísima la iconografía de los capiteles (degollación del Bautista; el paciente Job tendido al lado de una mesa en que se baquetea; huida a Egipto; simbolismo de la injuria) (…) El obispo San Gonzalo, de dudosa existencia histórica, tiene culto en todo el país. Se le atribuye el milagroso hundimiento de una flota normanda o sarracena en que supone la tradición vivió y ha realizado San Gregorio el hecho milagroso”. ¿Para qué inventar cuando hasta la Santa Madre Iglesia es manantial de milagros y fantasías? Álvaro Cunqueiro no tuvo más que sacarle punta al lápiz.

Sandro, zapatero de 44 años, con mandil de cuero, no hace falta ni que se disfrace para la fatigosa feria medieval que la villa celebra como si estuviera esperando mi venida. Detestable invento. “No tengo opinión porque empecé varios libros y por diversas circunstancias no terminé ninguno. Pero volveré a intentarlo. Tengo varias de sus obras en casa, que heredé de mi tía, que parece algo le trató. Mi huerta linda con la casa en la que vivían sus hermanos. Eran unas bellísimas personas”. El taller de Sandro está en un bajo de la llamada Casa de Lence. Como muchos lugares de Mondoñedo, allí donde tuvo asiento algún asunto relacionado con la vida o la imaginación de Cunqueiro luce una placa que sirve como vía crucis pagano para los devotos del bardo: “A Lence tocaba decidir, y sin apelación lo que era memorable o no, lo que pasaba a los anales mindonienses o se dejaba al vendaval” (creo que el concello hurtó una coma). Eduardo Lence Santar y Gutián (Mondoñedo 1876-1960). Historiador e cronista Oficial da cidade de Mondoñedo” (me parece que el ayuntamiento hace un uso singular de las mayúsculas).

Visión nocturna de la catedral.

Visión nocturna de la catedral. Alfonso Armada

Leo la placa en la casa de Manuel Leiras Pulpeiro: “¡Miña casiña, meu horto. Meu caxigo – meus loureiros. Partem’a yalma o deixarvos. Pro non teño mais remedio!”. A su lado otra placa en la que Cunqueiro apunta: “Leiras era, en su época, un santo más que un médico. Pero un santo anticlerical, un creyente apartado de la práctica católica y del que se decía que había obrado milagros”.

Como las mentiras y las pasiones le llevaron a muchas ruinas, y que no dejó de lamentar que echara a perder su matrimonio con una de las más celebradas bellezas de su Mondoñedo, Elvira González-Seco Seoane, a la que quiso como novia bendecida en el altar llevar a Coimbra para “hacerle el amor bajo los almendros”. Cuenta Besteiro en Un hombre que se parecía a Cunqueiro que ella “tenía dos años menos que él y era hija de un abogado y empresario de Mondoñedo que, además de apoyar las revueltas agrarias, también emprendió negocios editoriales. Elvira y sus hermanas tenían fama de ser las más guapas y elegantes del pueblo. Se vestían como princesas y se maquillaban como las diosas de Hollywood. Eran, para entendernos, la aristocracia de la villa. Cuando salían a la calle su presencia imponía y parecían modelos caminando por una pasarela, todo un espectáculo”. Pero, aunque el fantasioso en jefe sería “un padrazo sin mácula toda su vida”, cuenta Besteiro que “se fue a la tumba con el trauma de su separación y con la pena de no haber disfrutado de la familia como le hubiera gustado”.

Veladuras en el camposanto.

Veladuras en el camposanto. Alfonso Armada

Ceferino pasea sus 88 años por la Alameda de los Remedios. Aunque nacido en un lugar cercano, se considera vecino de Mondoñedo. Empezó a trabajar a los 12 años en el monte y nunca tuvo tiempo para lecturas. Como a otros vecinos, Cunqueiro no le dice nada. Tras su tiempo recogiendo leña y piñas en la floresta le contrató una gran serrería en la que respiró serrines durante 44 años. Su mujer murió hace dos décadas, y tiene un hijo de 58, y un nieto. Así resume su peripecia mientras la niebla empieza a bajar del monte que le vio triscar y trabajar desde que era un cativo y ahora viene a borrar los lindes entre la villa y su entorno, los montes que sitian amistosamente las tierras de Cunqueiro. Las nieblas son tan entretenidas y viscosas que pareciera que tuvieran latín en su genealogía. Como decía Ezra Pound, y también recuerda el biógrafo reticente, “el latín, como el pan, es sagrado. Algo así viene a reconocer Álvaro cuando escribe que Mondoñedo es rico en trigo, aguas y latín”: “Y los que escuchaban, creían, puedo asegurarlo, que algo misterioso, divinal, sacro, se estaba enseñando allí”.

En la misma alameda, que está tan llena de memoria que podría contar la historia de Mondoñedo, dos muchachas juegan: una armada con un teléfono móvil, otra con una tabla de ruedas de esas que los que están en el ajo, que son todos los jóvenes, llaman skateboard. Se cruzan con Ceferino. No se hablan. Aparentemente pertenecen al mismo mundo, pero a una distancia de años luz. ¿A cuál pertenezco yo? Llueve y es como si fuera una especie de maná que no alimenta más que la emoción.

—¿Sabéis cómo se llama esta alameda?

—Tiene dos nombres: Alameda dos Paxariños o Campo dos Remedios, por la iglesia…

Que llama la atención tocando la campana.

—¿Sabéis quién era Álvaro Cunqueiro?

—Sí, un escritor.

—¿Le habéis leído?

—No. Todavía no nos han hablado de él en la escuela.

No tienen ni quince años. Son dos cabras locas.

Iglesia de Os Remedios. A la derecha, tumba de Cunqueiro.

Iglesia de Os Remedios. A la derecha, tumba de Cunqueiro. Alfonso Armada

La ermita original de Nuestra Señora de los Remedios de la Pena de Outeiro data del siglo XVI, pero fue reconstruida en el XVIII, levantada por orden del obispo Sarmiento tras derribar el anterior, entre 1733 y 1738, bajo la dirección del arquitecto Frei Lorenzo de Santa Teresa, que bien habría podido ser personaje de una de las novelas de Cunqueiro, si es que no lo es y me pasó inadvertido en mi censo de última hora.

En esta alameda que ahora la niebla y la lluvia, que son tan hijas del latín como madres de nuestra civilización, quieren reformar para que entre sin resistencias en el gran reino de la noche, se celebró la primera fiesta europea del árbol a propuesta del regidor Luis de Luaces en el siglo XVI. Este adelantado de Greta y otros ecologistas contemporáneos propuso que cada vecino plantara al menos tres árboles antes de San Blas, lo que permite datar el evento en el año de gracia de 1579. La plaza da cuenta también de la tradicional hospitalidad mindoniense, para menesterosos de este mundo y del más allá, con la creación ya en fecha tan remota como 1275 de un hospital de leprosos y alberguería, que tanto tiene que ver con los peregrinos que ya estaban gastando suela y tierra para hacer el camino que llevaba a Compostela y que mi señor Cunqueiro hizo a su vez y yo traté de repetir siguiendo su pegada este año santo pospandémico de 2021. Como a Mondoñedo le gusta darle al tiempo la vuelta como si fuera un bolsillo cuántico, hay que remontarse a 1156 para tener noticia de la primera feria caballar, la de As San Lucas, la más antigua de Galicia y de las más antiguas de España, que todos los años sigue convocando en las resonantes piedras lisas de Mondoñedo a cuadrúpedos sabios de toda laya y crin. Antes de que niebla y lluvia echen el telón al día diviso entre la floresta que tan buenos frutos y excusas proporciona a Merlín y su familia el monasterio franciscano de Los Picos, en el lugar de Formigueiro, que solo por la toponimia merece una expedición. Mientras me recojo con el día, Alicia y Shaila, que eran las dos cabras locas que le tomaban la medida a la Alameda dos Paxariños que siempre fue de los Remedios, me confiesan una edad menor de la que yo colegía: “doce años”.

Amanece y sigo mi pesquisa. María José, la dueña del único kiosco de Mondoñedo (A Mariña), en la Praza do Concello, en el que vende prensa de Madrid (“hasta que me xubile”), sí leyó a Cunqueiro, y menciona Merlín e familia y As crónicas do Sochantre, pero dice que aunque le gusta ella no es “de mucha fantasía”. Y añade: “Cunqueiro no es para todo el mund0. Vendo sus libros, pero vendería más si me enviaran más ejemplares traducidos, sobre todo Merlín y familia, que es que más me piden. Pero María José prefiere a Carlos Reigosa, “que es el cronista oficial”.

Esther Loureiro en su casa.

Esther Loureiro en su casa. Alfonso Armada

Fue gracias a Beatriz, que dejó la filología gallego-portuguesa que estudió en Santiago de Compostela para hacerse cargo de la joyería de su padre en Mondoñedo (Comercial Fermo. Joyería y relojería: “de algo hay que vivir”), ella sí empeñada lectora de Cunqueiro, como supe de Esther, que me recibió en su casa señorial, donde nació hace 92 años, vive con su hijo, hace yoga y tai-chi y rellena crucigramas. Le gusta caminar, “pero sola”. Dice que la casa tiene fantasmas en el faiado (desván), aunque nunca los sintió. No es miedosa. La finca fue muchas cosas antes de convertirse en casa de la familia Otero. “Todos los pícaros de Mondoñedo pasaban por aquí. La puerta siempre estaba abierta”. Ella me la franquea sin temor, me recibe en la hermosísima cocina, llena de utensilios, ollas y sartenes bien ordenados, como el ajuar de una buena cocinera o de un ebanista, que era el oficio de su progenitor: “Mi padre era muy amigo de Álvaro, y los recados se los hacía él. Era chico de coro. Carmiña, la hermana de Álvaro, le llamaba Terucho. A mí me quiso llamar Perucha. Cuando murió Álvaro fue mi madre la que lo cubrió del todo con un sudario, marcando las formas de su cuerpo. Mi madre era una artista. Teníamos tienda. A mí me gustaba leer debajo del mostrador las novelas de Corín Tellado. Y su amigo O Santeiro (era el dueño de la casa Santeiro) me decía: ‘Con esos ojos tan bonitos que tienes te los estás estropeando con esas novelitas que no valen nada’. Fue él quien me dio a leer novelas de Dickens y de Hemingway. Yo no entiendo muy bien a Cunqueiro. Sí que siento su voz cuando lo leo, y lo recuerdo de cuando me hablaba. Pero al escribir da muchas vueltas, y es muy fácil perderse. Para leerlo hay que integrarse en su mundo, y eso no lo hace todo el mundo. Porque tienes que andar con tiento para no perder el hilo. Por lo menos es lo que me pasa a mí”. Tiene Esther Otero Loureiro los ojos pequeños y vivos como carbones que destilaron fuego, como mecheros. No pierde comba, y habla siempre con retranca. “Álvaro era un gran mentiroso, me imagino que como todos los que escriben novelas. Mi padre no tenía estudios, pero le gustaba mucho hablar en la rebotica con Cunqueiro y sus amigos. A los 14 años salí de las monjas sabiendo la raíz cuadrada número 3 compuesta, leer y escribir. Mi padre nos hacía leer el periódico, aunque a mí no me interesaba. Solía decir que si quieres que algo no se pierda escríbelo”. Y mientras me enseña las habitaciones, el ordenador con el que se conecta a internet, su página en Facebook, las fotos de la familia, el balcón, volvemos a hablar de lo que me trajo a su casa: “A Álvaro le gustaban mucho las mozas, y cuando más jóvenes, mejor. Las de 12 mejor que las de 13. Me miraba de una manera que no me gustaba, y que solo ahora entendí. Me desnudaba con los ojos. Ahora me doy cuenta”. Como su padre, Esther Otero no cree en Dios, aunque una imagen inconfundible vela su computadora: “Como él decía, y como los médicos más inteligentes dicen, a quién le entra en la cabeza que pueda haber un ser superior. Cuando legue mi muerte será el final”.

—Su padre era un librepensador.

—Era.

—Como usted.

“Cabaliños” de Arqueira

“Cabaliños” de Arqueira Alfonso Armada

Me fui después a ver los lindes de Mondoñedo, que es una villa, con una catedral de rodillas, que se puede abarcar de una mirada, pero hay que escoger un buen mirador. El campo está ahí al lado, piadoso. Se puede dejar la ciudad casi dando una vuelta a una casa frontera, a la vuelta de un camino. Así fue, y así fue también como robé una gran hortensia azul con pétalos blancos y celestes, nacarados, de un jardín que desbordaba las cancelas: Como non tiña nin un triste caravel de caraveles, roubei para o senhor Cunqueiro unha hortensia no seu louvor. Y así lo dejé, sobre su triste lápida, donde nadie se había apiadado de su memoria, bajo una suave llovizna de esta jornada de agosto que Esther Otero Loureiro endulzó con la suya, tan viva, posó ante el retrato de su padre, y también me permitió que la fotografiara en la ventana de su cuarto, desde la calle. Fue mi homenaje a la que Corina tomó de Carmen, la hermana de Cunqueiro, la última vez que pasamos por Mondoñedo, en el año 2000.

¿Sabía Cunqueiro cosas que puedo compartir mediante esos libros en los que convoca, como un dios de niebla y certezas, humo y palinodias, cerezas duras y sonetos provenzales, zumos de amor y música de instrumentos de piedra medieval que cobran vida en los labios de tintura roja de damas venidas de Borgoña y Aviñón hasta Mondoñedo, Vilar de Donas y Muxía? ¿Por eso dejó escrito palabras como estas?

El espantapájaros que “vigila” Mondoñedo.

El espantapájaros que “vigila” Mondoñedo. Alfonso Armada

“Acostumbro a preguntarme, recordando los poetas que nacieron y vivieron en Mondoñedo, si el país que yo veo, ellos lo vieron como yo lo siento y contemplo, si las palabras que yo digo ellos las encontrarían veraces: si ellos reconocerían, en mi decir, la imaginación suya. Porque todo paisaje –y esto vale para la memoria sentimental como para la pintura– es, esencialmente, una imaginación”. Con esa imaginación se alimenta un país, se sueña una eternidad, se vence, juiciosa y líricamente, a la muerte. Por eso no puedo irme de Mondoñedo sin pensar en volver. Por eso le dejé una hortensia fresca de azul y nácar como un viático. Por eso yo le agradezco lo que dejó escrito para que al volver a leerle vivamos un suplemento de vida, porque las palabras, como sabían los que hablaban latín, crean, y la niebla es nuestro sudario más amable y sutil. El más elegante frac para la Estigia.

Tumba de Cunqueiro

Tumba de Cunqueiro Alfonso Armada

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