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No nos da la vida

No nos da la vida

Día de trabajo. Una del mediodía. Sally Fischer sube a Facebook una foto comiendo delante del ordenador en la oficina. “Sin tiempo para nada”. Viernes tarde. Nuevo post de Sally: “Aquí y mil horas todavía por delante”. La secuencia se repite, pero esta vez con una versión de Fischer más desahogada. Día de trabajo: “Una pausa para comer en el parque con amigas”. Viernes tarde: “Lista! A disfrutar del finde”.

Como imaginan, nuestra protagonista no existe. Se trata de un personaje ideado por Silvia Bellezza, profesora de Marketing en la Columbia Business School, para llevar a cabo un experimento con el propósito de entender la percepción sobre el consumo del tiempo. Ambas cuentas de redes sociales fueron mostradas a un público a quien luego se le formuló un cuestionario. La inmensa mayoría consideró que la Sally que come el sándwich delante del portátil tiene una vida más interesante, se organiza mejor y resulta más competente en el trabajo.

Estar ocupado se ha convertido en signo de estatus. Hagan ustedes este ejercicio y piensen esta semana cuantos ‘estoy liadísima’ han escuchado en su entorno. Y es que transitar por la vida con la chapa de ‘ocupadísimo’ en la solapa se ha transformado en un valor aspiracional. “Las persona que no tienen tiempo hacen tiempo para leer el Wall Street Journal”, decía un eslogan de este diario que aspira a ser la referencia de ejecutivos exitosos.

La psicóloga Claudia Hammond explora cómo estar ocupado ha llegado a convertirse en un signo de prestigio. A su juicio, hoy no existe menos tiempo libre que en décadas anteriores, pero tenemos esa percepción, básicamente debido a tres razones. La primera tiene que ver con la tecnología que nos hace estar siempre disponibles. “Tu oficina contigo”, se vendían aquellas primeras BlackBerries con las que dejamos entrar al enemigo en casa. La segunda razón es el desvanecimiento de los límites entre oficina-casa con el teletrabajo y la desestructuración de horarios. Y la última y, quizá la de mayor peso, la compulsión por mejorarnos: aprovechar el tiempo de descanso para aprender piano, preparar recetas asiáticas en las cenas con amigos o sumar sesiones de cardio a las clases de pilates. El resultado lo conocemos bien: una epidemia de “no me da la vida”

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