De prórroga en prórroga. Y de penalti en penalti. Italia se proclamó campeona de Europa condenando el fútbol tacaño, indigno y mísero que pregonó Southgate, capaz de hacer dos cambios (Sancho Y Rashford) para tirar los penaltis decisivos. Fríos como estaban, ambos erraron, quedando la responsabilidad del quinto y decisivo lanzamiento para Saka, un niño de 19 años, que también se estrelló ante el gigante Donnarumma, dueño de unas manos que le dieron el título, premiando así la obra levantada por Mancini en tiempo récord. Sin estrellas, pero con un equipo solvente y fiel a una idea distinta de jugar a fútbol. Fueron los más dignos de la final jugada en Londres. Solo fueron inferiores en el arranque, en el que les pesó la fiebre con la que arrancaron los ingleses. Luego los de Southgate fueron cayendo en la mediocridad ante una Italia valiente que mereció liquidar el partido antes de llegar a la tanda de penaltis. Allí el fútbol obra una resolución justa.

Los italianos abrazan a Donnarumma. | // EFE

Wembley quedó en silencio, aturdido y desconcertado porque Inglaterra fue un drama de equipo, incapaz de mantener su ventaja inicial que le daba el título. O eso creía. Mancini se salió con la suya, cimentado en las maravillosas manos del meta del Milan, que podría ser ahora del Paris SG. Y eso que Italia llegó inicialmente tarde a Wembley. No sabía que el partido empezaba a las nueve. Lo sabía, pero se olvidó. Lo que desconocía es el plan urdido por Southgate, quien tomó buena nota de la hoja de ruta con la que Luis Enrique también desarboló a Mancini, más allá de que los penaltis indicaran lo contrario. Tan descuidada estaba la squadra azzurra que un córner a favor, regalado por un torpe pase atrás de Maguire, un central con pies de madera, sería el prólogo del gol más rápido en la historia de las finales de la Eurocopa. Ni dos minutos necesitó Inglaterra para provocar un terremoto en Wembley y devolver al país que inventó el fútbol el orgullo perdido tras más de medio siglo de terrible viaje por la nada.

En tan solo 117 segundos, el balón transitó del flanco izquierdo de la defensa inglesa al costado diestro donde se conectaron los laterales y Shaw creyó sentirse entonces el líder de Inglaterra. De pronto, Kane, un nueve con aire benzemesco (baja, recibe, abandona el área, emprende excursiones que despistaron a Bonucci y Chiellini, tal si fuera Dani Olmo en la semifinal con España), conectó para firmar un monumental gol.

Confirmado. Italia llegó tarde a Wembley, pero supo reaccionar a tiempo aprovechando la desidia inglesa poque Southgate, sin vergüenza alguna, ordenó replegar, bloque bajo dicen ahora los expertos, a su equipo ante las narices de Pickford. O sea, colocó un autobús de toda la vida, con un 5-4-1, estando Kane, el exquisito Kane, a tan solo 35 metros de su portero. De hecho el delantero del Tottenham (por poco tiempo porque ha pedido salir en este mercado) arrancó siendo el mejor jugador del partido y terminó diluido porque su equipo dejó de buscarle.

Inercia

Aunque fuera por la inercia (parecían los ingleses maestros del ‘catenaccio’), Italia empezó a instalarse en el campo contrario para alterar el paisaje de la final, sostenido en dos pilares defensivos (Bonucci, autor del 1-1, y Chiellini). A la hora de partido, Inglaterra era, en realidad, la réplica de la vieja Italia. ¿El balón? Ni lo querían. ¡Para qué! Mejor defenderse, pensaba Southgate, amparado, además, en esas manos de acero que posee Pickford. Ingenuos todos ellos porque el tanto del empate, que nació en un saque de esquina, anunciaba ya el drama que vendría luego en los penaltis.

Esa reacción de Italia solo se entiende por la cantidad de Chiesas que habitaban en el cuerpo de Federico, hasta que su tobillo derecho se dobló. Se quedó huérfana, aunque no claudicó. Entraron futbolistas diferentes que siempre buscaron su versión más ofensiva tratando de apretar a Inglaterra. Fue así en el segundo tiempo y luego en la prórroga en la que Inglaterra lo dio señales de vida con la entrada de Grealish, uno de esos futbolistas diferentes que se quedaron viendo el partido desde la banda. O desde la grada que es donde estaba Foden, posiblemente uno de los grandes talentos del fútbol inglés y pieza esencial en el equipo de Guardiola.

¿Y la gestión de partido de Southgate? De mal en peor, agotando los dos cambios que le quedaban en el último minuto de la prórroga para que Sancho y Rashford, a quien confinó como improvisado lateral derecho, tiraran solo los penaltis. Ambos fallaron y también Saka para que Donnarumma se convirtiera en el héroe de Italia dándole la Eurocopa que tenía perdida desde el inicio. Al final, sí llegó a tiempo porque la valentía azzurra castigó la cobardía de Inglaterra. Gloria para Italia que supo reencontrar el camino cuando las cosas estaban muy mal (hace tres años se quedaron sin jugar el Mundial de Rusia). Desde entonces iniciaron una obra hermosa de la mano de Mancini que ha terminado por germinar en Wembley.