A pesar de sus camas de mármol y granito, de sus lechos de metal, fundidos en cobre, tan pesados que haría falta una grúa para levantarlos; a pesar de toda su pompa, de su apariencia de eternidad y de colarse sin apenas cambios –como si el paso del tiempo no fuese con ellos– en los álbumes de varias generaciones de vigueses, muchos de los monumentos que pueblan las calles de la ciudad son “viajeros” empedernidos. Hoy los vemos en plazas, glorietas y parques de los que parece que jamás se han movido; pero no siempre fue así y, desde luego –y lo más curioso– no siempre transmitieron esa sensación estática desde el mismo lugar. Viajan. A paso lento y muy de tanto en tanto, sí; pero, en ocasiones, viajan.
Un ejemplo bueno y reciente lo deja la fachada de la vieja estación de ferrocarriles, que desde hace semanas se recompone en Praza da Estación, frente a Vialia. Su lugar original estaba muy cerca de allí, pero con una orientación distinta. Antes de que se desmontase hace más de dos décadas para trasladar sus piedras, una a una, a una parcela en la que acumularon polvo durante años, la estructura –estrenada a finales del XIX y hoy protegida con la categoría de BIC– miraba hacia Urzáiz. Ahora le dará la espalda.
Bastantes más kilómetros tiene a sus espaldas la escultura de Neptuno que luce hoy en los jardines del Pazo de Castrelos, manca, vestida por partes con una capa de líquenes; pero resistente al paso del tiempo. Los expertos sitúan sus orígenes en el corazón del Vigo amurallado, en el entorno de Porta do Sol, donde a finales del siglo XVIII se levantaba una de las fuentes más concurridas de toda la villa.
Viajero es también el monumento a los héroes de la Reconquista que hoy corona la Plaza de la Independencia, obra del asturiano Julio González Pola. Cada año autoridades militares y del Concello visitan el conjunto con una corona de laurel y leen un pregón a sus pies. El objetivo: rendir tributo a Cachamuíña, Carolo, Almeida, Fray Andrés Villageliú, Pablo Morillo y el resto de héroes y heroínas que expulsaron a las tropas de Napoleón en 1809. Su lugar original estaba sin embargo a varios kilómetros, en uno de los puntos más céntricos de la ciudad: Plaza de España.
Allí se inauguró a principios de agosto de 1947 durante una ceremonia encabezada por el entonces alcalde de Vigo, Suárez-Llanos y los obispos López Ortiz y Eijo Garay. La fiesta coronó un largo proceso que había arrancado décadas antes, en 1909, cuando coincidiendo con el centenario de la gesta, se decidió levantar un monumento financiado por suscripción popular.
Antes de que se pudiese cortar su cinta inaugural, el proyecto dio frenazos y acelerones y se enfrentó a retos como el fallecimiento en 1929 del propio González-Pola, autor de otro de los grandes tributos de Vigo: el panteón levantado en Pereiró en recuerdo de los Repatriados de Cuba y Filipinas tras el desastre de 1898. Antes de acoger la actual escultura de los caballos –obra de Oliveira– en Plaza de España brilló una fuente luminosa donada por Cesáreo González.
Vueltas, y no pocas, dio el monumento de José Elduayen de Montero Ríos, aunque en su caso en un circuito algo más acotado. El gran conjunto, con pedestal de estilo neogriego diseñado por Jenaro de la Fuente y escultura y relieves de Agustín Querol, se inauguró en la explanada de A Laxe en 1896. Casi un siglo después, en 1970, las obras para remodelar el entorno obligaron a moverlo. Su nuevo emplazamiento, muy cerca de allí, se situaba al lado de la entrada del Náutico. Tiempo después daba otro salto hasta su escenario actual. Periplo mayor, de la Alameda a O Castro, con billete de ida y vuelta, vivió la escultura de Curros Enríquez.
Ni la farola de Urzáiz, punto de encuentro y referencia en pleno corazón urbano, ha podido echar raíces en paz. La pieza, de Jenaro de la Fuente, se diseñó para Urzáiz y en 1972, décadas después de su inauguración en el cruce con Colón y Príncipe, se decidió trasladarla a Bouzas. Allí siguió alumbrando y adornando las estampas boucenses durante años, hasta que se devolvió a su “cuna”, en 2004.
Para compensar a los vecinos de Bouzas se trasladó al barrio, a su vez, en 2005 una pérgola de 1928 –obra también de De la Fuente– que hasta entonces estaba despiezada y dispersa por Castrelos, el parque de Cela, Praza da Industria e incluso un depósito municipal.
En kilómetros de viaje probablemente se lleven la palma, sin embargo, las anclas del Monumento a los Galeones de Rande, en O Castro. Las tres piezas herrumbrosas son una pequeña muestra de los galeones hundidos en la ría en 1702. Con los años se han desplazado obras también de Silvino Silva, incluido el cruceiro que antes lucía en el acceso al Quiñones.
Incluso el emblemático olivo de Alfonso XII tiene su crónica viajera: es “hijo” de otro que engalanaba el atrio de la Colegiata y que desapareció a inicios del XIX. El ejemplar que hoy luce al lado de Pi y Margall habría crecido en un huerto de Porta do Sol de una rama arrancada a aquel primero que –se cuenta– habían plantado los Templarios.
La crónica viajera de los monumentos de Vigo podría seguir sumando capítulos. El Concello ha trasladado ya su deseo de mover la escultura de Los Rederos, ahora en Gran Vía, a Isaac Peral. La pieza que ahora la ocupa, un tributo a García Barbón diseñado por Asorey, se devolería –según argumentaba en diciembre el propio alcalde– a su emplazamiento original, en las inmediaciones de la iglesia de Santiago.
Monumentos “viajeros”
El monumento a los héroes de la Reconquista
Cada marzo, coincidiendo con la fiesta de la Reconquista, alcalde, ediles y autoridades militares llevan una corona de laurel al monumento con el que se homenajea a quienes en 1809 expulsaron de Vigo a las tropas napoleónicas. Ahora se sitúa en Praza da Independencia, pero no siempre fue así. En 1947 se inauguró bastante lejos de allí, en Praza de España.
La escultura de Neptuno de los jardines de Castrelos
Hoy luce manca en los jardines del pazo de Castrelos, pero los orígenes de la escultura de Neptuno están en la otra punta de la ciudad. Durante tiempo lució en Porta do Sol, donde se alzaba una de las fuentes más concurridas por los vecinos de Vigo. Algunos autores apuntan que puede tratarse de la escultura pública más antigua que se conserva en la ciudad.
El tributo a Elduayen en Montero Ríos
Desde su inauguración, en el verano de 1896, el monumento de Elduayen trazado por Jenaro de la Fuente (autor del pedestal) y Agustín Querol (artífice de la escultura y los relieves) ha tenido varias vistas, todas muy similares: se estrenó en la explanada de A laxe, de allí se trasladó en 1970 al lado del acceso al Náutico y, tiempo después, a Montero Ríos.
La farola de Urzáiz y la pérgola de Bouzas
Con las décadas la farola que hoy luce en Urzáiz emprendió un viaje de ida y vuelta: obra de Jenaro de la Fuente, se trasladó en la década de 1970 a Bouzas para regresar en 2004 al centro de Vigo. En 2005, para compensar a los vecinos de Bouzas, se instaló una pérgola creada en 1928 por De la Fuente y que había estado desgajada y dispersa por varios puntos.
El monumento de homenaje a García Barbón
En 1927, durante un acto encabezado por los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, se inauguró en el entorno de la iglesia de Santiago de Vigo una soberbia escultura en homenaje a García Barbón, quien había fallecido en 1909. Décadas más tarde se trasladaba al nudo de Isaac Peral. El alcalde ha planteado devolverla a su lugar original.
El olivo del paseo de Alfonso XII
El olivo que hoy preside el paseo de Alfonso XII es heredero del antiguo ejemplar que crecía en el atrio de la Colegiata de Santa María y que, se cuenta, plantaron los Templarios. Al derribarse el viejo olivo, Manuel Ángel Pereyra recogió una rama y la trasladó a su huerto, en Porta do Sol. De allí pasaría con el tiempo a su emplazamiento actual, en el paseo de Alfonso XII.