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Una realidad no despojada de belleza

Ven la luz algunos relatos inéditos, crónicas y recuerdos de Natalia Ginzburg, gran voz italiana del siglo XX

Pablo García

Natalia Ginzburg (Palermo, 1916- Roma, 1991) fue una gran escritora comprometida y sincera, quizás por eso sus opiniones sobre las mujeres la hicieron parecer en ocasiones una extraña feminista. Ginzburg admitió abiertamente su deseo de escribir como un hombre. En aquella famosa entrevista con Oriana Fallaci, publicada por “L’Europeo” en 1963, tras ganar el premio Strega con Léxico familiar, decía que la mayoría de las escritoras no sabían cómo deshacerse de sus sentimientos y mirar a los demás con ironía, siendo la ironía una de las cosas más importantes del mundo, tanto en el amor como en el conocimiento. Para ella muchas de sus colegas anteponían los sentimientos al desapego en la escritura y, por esa razón, únicamente se permitía elogiar el trabajo de Virginia Woolf en El faro; a Elsa Morante, que mantuvo una relación tormentosa con Alberto Moravia y que es junto a ella una de las mejores voces de la literatura italiana del siglo XX; y a Ivy Compton Burnett, que, según Ginzburg, empleaba la malicia para contar las cosas más terribles.

Si hay algo de la vida de Ginzburg en lo que merece la pena profundizar es precisamente en esa compleja relación con los intelectuales, sus amigos, su madre y hermana, las esposas y compañeras de los escritores. De ese modo se pueden extraer conclusiones sobre su extraño feminismo. Como hace Sandra Petrignani en la biografía La corsara (2018), editada por Neri Pozza. Natalia Ginzburg, antifascista bajo Mussolini y comunista después de la guerra, creía en los derechos de las mujeres, pero ello no le impidió mantener opiniones controvertidas por conservadoras en su carrera periodística como columnista. A Fallaci le dijo aquello que cayó como una bomba, incluso tratándose de 1963, de que siempre había tenido ganas de escribir como un hombre porque le horrorizaba la idea de que se entendiese que era una mujer por las cosas que escribía. Que Italo Calvino, como otros de sus críticos, haya insistido en la “feminidad no femenina” parece confirmar esa tesis. Domingo, el volumen de relatos, crónicas y recuerdos que ahora publica Acantilado, confirma, además, una capacidad innata para explorar la condición humana tomando como punto de partida su propia vida y sus grandes dotes de cronista en los conflictos cotidianos, el campo o la fábrica. Todo en ella, desde la más pequeña semblanza al cuento más pormenorizado, concita una cruda realidad no despojada de belleza.

"Domingo" confirma una capacidad innata para explorar la condición humana tomando como punto de partida su propia vida

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El libro se compone de veinte piezas, justo la mitad de las que integran Un’assenza, la colección de Domenico Scarpa, publicada por Einaudi en Italia, coincidiendo con el centenario del nacimiento de la autora siciliana que creció y maduró en Turín. Están escritas entre 1933 y 1988, y muchas de ellas figuraban como inéditas en el momento de ver la luz. La edición española, aunque reducida, sigue la misma estructura de la italiana y se divide en dos secciones, la que corresponde a los siete relatos y la que agrupa el resto, las crónicas y los recuerdos. Es una obra la de Ginzburg poblada de imágenes y descripciones que permanecen junto al lector sin despegarse de él por mucho que el tiempo y el lugar le inviten a tomar distancia de ese microcosmos particular, entrañable y pedagógico del recuerdo. Italia, la del armisticio con la desbandada de los alemanes, de las escenas familiares, la nostalgia de la infancia, la de los cuervos volando sobre Matera, o el mismo poema, "Recuerdo”, dedicado a su marido Leone, que murió en la cárcel de Roma, en 1944, a manos de la Gestapo. Natalia se hacía conocer entonces en el mundo de la literatura por Alessandra Tornimparte, tras haberse visto obligada a renunciar a su apellido para evitar las represalias raciales durante el período de represión fascista. El resto de las renuncias de su vida, incluidas las más dolorosas, jamás tuvieron que ver con la humillación de esconderse.

Domingo (relatos, crónicas y recuerdos), Natalia Ginzburg. Traducción de Andrés Barba. Acantilado, 144 páginas

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