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Maggie O’Farrell esboza un Shakespeare en zapatillas

La gran escritora irlandesa publica su celebrada novela “Hamnet”, que recrea la corta vida del hijo de Shakespeare e ilumina la figura de Anne Hathaway, la criticada esposa del genio

La irlandesa Maggie O’Farrell, hace dos años, en Barcelona. | // RICARD CUGAT

Qué significa para alguien llamar a un hombre, a una obra y a un fantasma con el nombre del hijo muerto? Este es el enigma que la imprescindible escritora irlandesa Maggie O’Farrell (Coleraine, Ulster, 1972) propone en su última novela, Hamnet (Asteroide / L’Altra), que ha recibido críticas ditirámbicas por su extraordinaria escritura. La apuesta es de calado porque ese alguien es nada menos que William Shakespeare, que no aparece con su nombre en la novela quizá porque es casi ridículo retratarlo en labores cotidianas, friéndose un huevo para desayunar o jugando con sus hijos.

En esas rendijas construye O’Farrell una historia situada en Stratford que deja al Bardo prácticamente fuera de foco para colocarlo sobre la esposa del autor y sus tres hijos. En especial, en Hammet (como nombre, una variante de Hamlet), el único varón, fallecido a los 11 años. “La existencia de Hamnet no es muy conocida. Ha sido olvidado por la historia. Así que darle el nombre de su hijo a uno de sus grandes personajes, cinco años después de la muerte del niño, es hacer muy visible a un Shakespeare en pleno duelo como ser humano”, explica la escritora desde su casa en Edimburgo. Una de las hijas de O’Farrell se cuela al fondo de la pantalla del ordenador para incomodidad risueña de la autora. Es inevitable pensar en un vínculo entre esta cotidianidad y la que retrata la novela, que prácticamente cede el protagonismo a Anne Hathaway, la esposa del genio que ha arrastrado una leyenda negra durante siglos.

“Quería hacer un libro sobre un padre y un hijo, pero poco a poco se me fue imponiendo la figura de Hathaway, que ni siquiera se llamaba Anne sino Agnes, como figura en el testamento de su padre; que posiblemente sabía mejor que nadie cómo se llamaba su hija”. Lo que corre sobre esta mujer ocho años mayor que Shakespeare es que era fea, que lo cazó cuando él tenía 18 años y su familia les obligó a casarse de penalti, que él la odiaba y que se fue a Londres para huir del hogar. Y además está esa famosa cita extraída del testamento del dramaturgo en la que le deja a ella su “segunda mejor cama”, un supuesto desprecio. “El testamento de Shakespeare es un texto muy árido que no parece realizado por la misma mano que ha escrito los mejores pasajes de amor en inglés”.

La autora apuesta por una pareja enamorada y lo hace conjeturando –lo mismo que los adversarios de Hathaway-: “Cuando Shakespeare decidió retirarse de escena regresó a casa con su esposa, lo que me hace dudar que lamentara su matrimonio. Podía haberse ido a cualquier otro sitio, porque además de un gran dramaturgo fue también un hombre de negocios muy exitoso”.

A Anne (o Agnes) Hathaway la pinta O’Farrell como una mujer con profundos conocimientos de las plantas curativas y de las aves rapaces. El retrato bebe directamente de la biografía que la gran autora feminista Germaine Greer le dedicó a la esposa desde esa perspectiva. Es fácil establecer una relación entre la anterior obra de la autora, Sigo aquí (Visc, i visc, i visc, en catalán) una memoir en la que relata el peligro constante a que se ve sometida una de sus hijas afectada por reacciones alérgicas extremas y Hamnet, la historia del hijo muerto. “Crear es nuestra celebración de seguir con vida”.

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